Fue uno de los muchos lemas durante la revolución de jóvenes en el 68.  Iconoclasta puede parecer, pero contiene cierta sensatez para los encargados de formar a otros, como son los padres en la familia.  Es verdad que ciertas conductas deben estar medianamente claras, si nos orientamos por Dios y por las normas admitidas en una sociedad organizada.  Y algo de obligación, o penitencias, ayudan para asimilar la apropiada conducta digna. Pero utilizar siempre, y, de cualquier modo, la prohibición, amenaza de castigo, no puede ser lo único ni lo perdurable en la formación. Mejor añadir: “Nada por la violencia o represión; siempre por el diálogo y los acuerdos”.

La crianza de los hijos es tarea durísima, pero necesaria, en la vocación de los que recibieron el don de ser padres.  Los tratadistas analizan los errores de la ‘educación autocrática’, que convierte el hogar en un cuartel policíaco. O su contraria, la ‘educación permisiva’, en que se tolera que el hijo obre como le dé la gana, actuar siempre acomodándose a sus caprichos. Esto último sería como ‘cría cuervos y te sacarán los ojos’ del refrán.  Se habla de la educación dialogal, pero esta supone etapas, que van preparando al educando para ese momento de mayor madurez.  A un niño no es fácil comenzar dialogándole en todo lo que le conviene o no.  Pero, en general, la teoría de que ‘la letra con sangre entra’ no parece la más sensata. No lo que los tratadistas aconsejan.

Políticamente la represión como forma de gobierno suele engendrar más reacción. Presuponemos que los ciudadanos son gente mayor, que puede entender de razones, con los que se puede llegar a acuerdos que suavicen, o resuelvan, situaciones desagradables.  En la pandemia del COVID el gobierno de México directamente rechazó la imposición de multas, o toques de queda.  Pensaba el gobierno que en el país habitan varios millones de pobres, que se ganan la vida en la venta informal de la calle; cómo dejarles sin su apoyo de vida.  Se trata, decían, de informar, educar lo que ayuda o lo que puede ser desastroso, recordar de muchos modos lo saludable.  Murieron muchos, es verdad, pero también murió gran cantidad de personas en otros gobiernos más prohibitivos.

En la lucha contra el uso de drogas (¡en que también tus hijos se meten probando, o por presión de los pares, y aunque asistan a colegios católicos!) la política ha inclinado al garrote, sentencias fuertes, persecución continua.  Lo curioso es que después de invertir increíbles cantidades de dólares en esa guerra, el uso de drogas sigue igual, ¡o incluso aumentando!  ¡La solución no es fácil, peor si asumimos lo de ‘ancha es Castilla!’.  Pero, por otro lado, por qué insistimos solo en eso que no ha dado resultado.  La famosa frase de Einstein: quien repite los mismos medios obtendrá los mismos resultados.  ¿No sería mejor, se preguntan algunos, invertir esas grandes cantidades en la continua orientación sobre el daño de drogas, en auxiliar a los adictos a superar su condición, que en gastar millones en policías necesitados para proteger a la ciudadanía en otros renglones?  Lo presento como pregunta.  Sé que no es fácil decantarse por una solución.

La educación de hijos es cuestión de paciencia: hablar, razonar, analizar luego de errores, paciencia para soportar las debilidades del joven.  El hijo pródigo aprendió lo que valía el padre dándose contra el seto.  Con solo castigos y privaciones, aunque se solucionase algo en el momento, se pueden grabar lacras para el futuro de ese hijo. Si prohíbo, lo razono; si hay fallas, hay consecuencias.  Pero que no sea siempre un simple prohibir ¡porque yo lo digo!

 

P. Jorge Ambert, S.J.

Para El Visitante

 

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