Por estos días tan cercanos a la Navidad estoy convencido de que en la mayoría de nuestras casas ya parpadean lucecitas y adornan cualquiera de las esquinas lazos de brillantes y festivos colores. Me atrevo a decir que esta preparación ya es parte de las tradiciones arraigadas en nuestras familias. 

            La preparación de una morada es el eje central de la primera lectura (2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16). Externamente parece muy noble la inquietud que muestra David al comparar su fuerte casa con la débil morada del Arca. Sin embargo, el Dios que es verdaderamente fuerte deja claro que no será el débil David quien prepare una morada para Él, sino que será Él mismo quien preparará un aposento seguro para su pueblo. Pueblo que será testigo de la revelación del misterio que fue guardado como secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado en Jesucristo (como dice Pablo en la segunda lectura -Rom 16, 25-27) y que, como escucharemos el día de Navidad, ese que era la luz y la vida vino y puso su morada entre los hombres.  

            La página evangélica (Lc 1, 26-38) presenta cómo se materializa el deseo de Dios de preparar una casa para quien establecerá la definitiva alianza. Ya no desde el exterior de la grandeza como David, ahora desde el interior en el más humilde reconocimiento de su pequeñez, María se convierte en el aposento estable -como canta el salmista (Sal 88)- de la Nueva Alianza. Ese aposento no se construyó con tablas de cedro, ni se escribió en piedras; ese nuevo aposento se construye en entrañas virginales y se comienza a escribir en los corazones humildes.                          

            Para el cristiano, preparar una morada digna para la Navidad no es montar un árbol ostentoso, es más bien, dejarse arropar por la sombra del Espíritu, como María en el evangelio, para que la escucha de la Palabra se haga carne y vuelva a estar entre el pueblo que se escogió; y, a su vez, para que el cristiano mismo se haga palabra, se haga anuncio vivo. Preparar la casa no es cambiar los ordinarios tapetes, por coloridos y estampados manteles; es más bien, volver a dar relevancia a la pequeñez, a la humildad y a la sencillez para que se pueda prorrumpir en cantos de alabanza admirados porque el Creador vuelve a buscar entre lo que parece insignificante.  

            Preparar una posada, no es establecer designios de grandeza y estabilidad material, como el proyecto de David; es más bien armar, paso a paso, las vigas y las columnas de la sinceridad, de la piedad y de la oración de tal manera que los frutos de la época no se apaguen cuando se quiten los adornos, sino que, como el salmista, volvamos a sentir los pies colocados sobre la Roca Salvadora. Preparar un aposento digno, no es el listado de regalos completado y debidamente colocado bajo el árbol alimentando nuestra sensación de poderío adquisitivo; es más bien, colocarse en la indigencia y extender las manos y el corazón para recibir desde la virginidad, la fecundidad; desde la pequeñez, la grandeza; desde la humanidad, al Hijo del Dios Altísimo. Nuestra morada exterior, no tengo dudas de que ya está preparada para la Navidad… y la interior, ¿lo estará?   

P. Ovidio Pérez Pérez 

Para El Visitante

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