En 1968 se estrenó la comedia The Odd Couple con Jack Lemmon y Walter Matthau. La TV de Chile copió la idea en la serie La Pareja Dispareja. Son dos varones que, por distintas razones se han quedado solos, deciden compartir vivienda y vida como compañeros de alcoba. Son dos personalidades contrarias, con arrastres fuertes de anteriores vidas. Los choques entre ambos alimentan la comedia, suscitan la risa y retratan la tragedia de casados que arrastran así su convivencia.

Algo que deseamos que los novios analicen en sus encuentros y conversaciones son sus afinidades y desafinidades. Porque la pasión del encuentro con alguien atractivo y deseado puede olvidar el averiguar las capacidades de ambos para vivir juntos. De hecho, la dificultad del matrimonio radica en que se trata de compartir vida común con alguien que, por definición, es totalmente diferente a uno. ¡Y viva la diferencia! Pero si la diferencia es alta, y la disposición de bregar con ella es baja, la mezcla puede ser explosiva. Es la famosa causal de ‘incompatibilidad de caracteres’ o ‘ruptura irreparable’.  Hay que ser conscientes, pues, de las desafinidades, las diferencias, y la capacidad de ambos para reconocerlas y llegar a acuerdos sobre cómo sobrellevarlas.

En una consejería recuerdo que el marido, en una explosión de rabia y frustración, se levantó de la silla y gritó: “¡Si el problema es fácil de resolver, Padre, con tal de que ella haga todo lo que decido!”. “Ah, le contesté, ese es el problema; que ella no es una cosa que tú manipulas, sino una persona. Tiene sentimientos, metas, gustos, deseos… tan válidos como los tuyos. Es cuestión de entenderlos y de acordar ambos cómo convivir con esas diferencias”.

Quien busque una pareja con coincidencias en todo está abocado a grave frustración. El acuerdo matrimonial es precisamente ese: el hacer de dos una sola carne. Y esto se logra no cuando somos iguales, sino cuando surge de veras el amor. No el amor-pasión. Sino el amor-decisión de, con la riqueza mía, enriquecer la persona que he elegido para compartir vida. Decía alguien: “En una pareja siempre hay crisis peleas, celos, etc. Pero si el amor es grande y fuerte, todo eso se supera”. En los años 70 Life analizaba el caso curioso de unas siamesas inglesas. Eran dos personalidades totalmente distintas. Ya tenían unos 7 años. El ideal era poder separarlas en una operación.  No era posible, pues el órgano común de las siamesas era el corazón.  Así el matrimonio. Si la unión es por el corazón, la vida sigue.

En una columna de amor se quejaba una novia de sentirse frustrada porque su novio era menor de estatura que ella. La consejera le consuela: “A otras les molesta que su novio sea agresivo, que las golpeen o insulten, que las engañen, que sean flojos, parranderos, alcohólicos, en fin… creo que eso contesta tu pregunta; tú sabrás si te sigue molestando el detalle del tuyo. A mi me molesta no tener novio”. La consejera relativizaba la molestia comparada con otras serias. Es decir, agradece lo mucho bueno que tiene para ti esa pareja, y de lo demás mira al lado. Otros reaccionaban: “¡La verdad el tamaño no debe importarte, sino el tamaño de su corazón! ¡Si ambos se aman, no se preocupen por los detalles! ¡Eso no importa!”. Y otra: “¡Mira, la verdad te voy a ser sincera… mi mamá es más alta que mi papá; aun así se quieren muchísimo y van a todos lados juntos!”.

Ricardo Arjona en su canción Quién diría, retratando las fuertes diferencias entre él y ella, en muchos aspectos de la vida en común, se admira de que, aun así, sigan juntos y realizados: “Quién diría que el mink y la mezclilla podrían fundirse un día… quién diría tú caviar y yo tortilla… quién diría parece que el amor no entiende de plusvalías”.

La respuesta es que “el amor no es una fantasía”. La famosa cita I Cor. 13 da la mejor respuesta, cuando el amor se entiende de esa manera. El Papa Francisco lo trata elocuentemente en el cap. 4 de su exhortación apostólica Amoris Laetitia.

(Padre Jorge Ambert)

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