Es una interpretación de la parábola del Hijo Pródigo. La oí mencionarla en labios del Papa Francisco. Habla de que el pródigo, al decidir regresar a la casa, le pide a un intermediario que, si el padre le acepta, despliegue un pañuelo blanco en la ventana. Cuando el pobre se acerca, observa que hay pañuelos blancos por toda la casa. La alegría del que vuelve, no el fusil al infiel que se acerca.

Al Papa le gusta mencionar aquello de la parábola del banquete, frustrado por la ausencia de los invitados oficiales. La orden es: que vengan todos, TODOS, sin pedir el frac ceremonial para la fiesta. Es verdad que en la parábola según San Mateo aparece uno sin traje de fiesta y se le reprocha, pero los expertos mencionan que se trata tal vez de otra parábola con otro final y otro mensaje. 

Oí una vez que alguien promocionaba nuestros talleres de Renovación Conyugal como los adecuados para matrimonios problemáticos, los adúlteros, alcohólicos o violentos. No me sentí cómodo con esa promoción. Por otro lado, reflexioné: ¡Pero si los que buscan participar en ese tipo de talleres normalmente lo deciden porque consideran que no están bien! Los sanos, por serlo, a veces se descuidan en darse el chequeo médico anual. ¡Tristemente, hasta que llega el momento del cáncer inesperado!

La llamada del Evangelio es a TODOS. Nosotros nos abrimos a parejas que buscan algo mejor o algo diferente. En ese sentido somos ecuménicos. Ya Jesús decía que no vino a sanar a los sanos, sino a los enfermos. Y en la tarea de lograr matrimonios maduros y crecidos, son muchos los enfermos. Nuestra misión es a TODOS. No es una tarea directamente proselitista, aunque tenemos que mencionar nuestro ideal de una misión consagrada, a través de lo que llamamos en nuestro Iglesia el sacramento.

Siendo realistas, debemos reconocer que hay muchas parejas, considerados de fe católica, que no han recibido ese sacramento, o no lo pueden recibir, pues están en un segundo matrimonio. Y siempre queda la pregunta: el primero que efectuaron según nuestra ley, cuando profesaron que su relación era para toda la vida, ¿lo entendían profundamente de esa manera? El Papa Benedicto, sin duda notable defensor de nuestras exigencias católicas, reconocía que muchos de esos matrimonios realizados por nosotros, ¡son nulos! ¡Y así le oí también a un obispo nuestro, aunque fuertemente exigente en no aceptar nulidades con facilidad!

Los matrimonios que sinceramente, a pesar de errores, ignorancias, egoísmos, perseveran en reforzar lo que viven están sin duda DENTRO. ¿Cómo? Eso lo decide Dios. Así contestó el Papa a la pregunta qué pensaba sobre los homosexuales: “la doctrina está clara, y está ahí. ¿Pero quién soy yo para juzgar lo que le toca a Dios?” Un canon de nuestra ley oficial aclara que “la Iglesia no juzga de lo interno”. La semilla que derrama el sembrador va destinada a todo el terreno arado. Dios decide cómo la acogió de veras ese pedazo de terreno.

Una maravillosa frase de San Agustín, que me encanta, dice: “a quien hace lo que está de su parte, Dios no le niega la gracia”. Esta vocación ecuménica, de apertura sin negar nuestros principios, es de nuestro grupo. Lágrimas me produjo, y en parte rabia, al acercarse una mujer a confesión porque ahora podía hacerlo. El segundo esposo, con el cual permaneció 40 años, aceptándole como padre los hijos de ella, había muerto, y ahora ella podía acercarse a los sacramentos. Recordé también aquel dicho de un autor espiritual: muchos sombreros de curas santos se les caerán de sus cabezas tratando de mirar hacia arriba en el cielo a los que consideraban que estaban fuera.

Padre Jorge Ambert, SJ

Para El Visitante

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