Mauro Simpson Fergen nació el 6 de agosto (día de la Transfiguración) de 1925. Sus padres George y Kathryn vivían en Madison, South Dakota. Hizo su escuela elemental en St. Thomas Aquinas, S.D. graduándose en 1938. Después cursó su escuela superior en St. Thomas Aquinas y se graduó de cuarto año en 1943. Se trasladó al Seminario de la Abadía de St. John para hacer sus estudios sacerdotales por la Diócesis de 741 Sioux Falls en 1943, pero se quedó como monje de la Abadía de St. John haciendo su profesión luego de sus estudios de filosofía y comenzando sus estudios de teología. Concluyó sus estudios para el sacerdocio en 1952, en la Javeriana de Bogotá, especializándose en pastoral de la juventud en 1973.

Hizo su profesión de votos temporales el 11 de julio de 1948 y fue ordenado sacerdote el 7 de junio de 1952 en la Catedral de St. Cloud, Minnesota. Enseguida fue enviado a Puerto Rico como misionero y llegó en 1952, el mismo día de la celebración del ELA. Comenzó como asistente de párroco (hoy día vicario cooperador) en Humacao de 1952-1959. En un informe al entonces prior del Monasterio dice: “Tenía tres barrios y parte del pueblo, los monaguillos y la Legión de María. Preparé varios grupos de Primera Comunión y cientos de parejas para casarse, ayudé a mantener la Curia Juvenil de la Legión de María”. Luego fue enviado a Yabucoa con las mismas atribuciones en 1959 y estuvo en el pueblo de los azucareros hasta el 1967. En ese año lo enviaron de nuevo a Humacao hasta 1989, cuando los benedictinos dejamos la parroquia Dulce Nombre de Jesús de ese pueblo y entonces se inauguró la parroquia María Reina de la Paz en el mismo municipio donde estuvo hasta el 2006. Mientras estaba en la parroquia Dulce Nombre de Jesús tenía tres comunidades rurales, tres semi-rurales, seis urbanas y también era asesor de la juventud. En la parroquia María Reina de la Paz atendío campos y particularmente Patagonia, la capilla San Martín de Porres. Cuando ya estaba retirado en el Monasterio había que llevarlo a Patagonia para visitar a los enfermos.

Los hermanos de Padre Mauro (Elwood, Jim, Gere, Vince y John) formaron una familia muy unida. Era una familia pobre y humilde. Su hermano John (abogado), el único que sobrevive y que está imposibilitado de caminar, me dijo que su madre había llenado la casa de cuadros. De hecho el orgullo de P. Mauro era un cuadro que su madre le había regalado de la Agonía de Cristo, que lo tenía frente a su cama y lo acompañó en su agonía.

Padre Mauro tuvo sus dudas y vacilaciones cuando el monasterio se encaminaba a su autonomía que logró en 1984. Precisamente fue a la Abadía de St. John y allá hizo un retiro. Así el 27 de septiembre de 1983 escribía su resolución: “Después de muchos días de oración y reflexión doy gracias a Dios con todo mi corazón por darme discernimiento para conocer su voluntad. Tomo este paso plenamente consciente de mi tremenda deuda para con mi monasterio de St. John y espero que pueda comenzar a repagar esa deuda intentando sinceramente ser un monje observante del Monasterio de San Antonio Abad”. Y eso fue lo que hizo: ser un monje observante en la oración, en la lectio divina, en la preparación y vivencia de la Eucaristía y en su trabajo pastoral. Y muy humilde y sencillo, porque sabía aprender de todas las personas, de todas las circunstancias. Decía que aquí vivimos en el paraíso, que en la cárcel federal entre los presos se vivía una gran fraternidad, que experimentó la más grande alegría en la misa que celebró en Navidad en Vieques cuando hubo el cese al fuego. Así era él humilde y sencillo, así lo captó el pueblo de Dios y en él recibió la buena nueva de Jesucristo.

El gran amor sacerdotal de Mauro fue la juventud. En los años 70 Padre Eric (prior de la comunidad), lo envió a Colombia a especializarse en la pastoral juvenil. Él mismo decía: “Desde que vine de Colombia siempre he soñado con dedicarme a la formación de la juventud. Espero ayudar a formar un grupo juvenil activo en cada una de las comunidades”. Cumplió su cometido con todo y su fuerte genio ayudó a las juventudes de Humacao y Yabucoa a formarse como cristianos comprometidos. Su gran sonrisa relativizando la seriedad fría de tantos será un recuerdo eterno. Las Jornadas Mundiales de la Juventud eran su sueño. Para los jóvenes Mauro es el icono del Evangelio, de la sencillez, la entrega y el servicio al Señor. Le causaba mucho dolor los jóvenes que caían en el vicio de las drogas o el alcohol, pero no se quedaba lamentándose, se lanzaba a su rescate, a dirigirlos a centros de rehabilitación.

Si algo distinguió a Mauro en su sacerdocio fue el cuidado de los enfermos. Era especial para las unciones, confesión y cuidado de sus enfermos. Cuando vino el Huracán George pidió permiso y se quedó en el entonces Hospital de Área para atenderlos. Decía él en un comunicado al entonces prior: “La satisfacción más grande siempre la he tenido trabajando con los enfermos. Siento que puedo comprender y ayudar al enfermo por un carisma, que Dios me ha dado”.

Padre Mauro fue especial en la confesión, bien organizado y siempre con su pequeña estola morada atendía a cuantos lo procuraban en su retiro en la Abadía. Hasta hace unos meses nunca olvidó, con todo y su alzhéimer, ni la fórmula de absolución ni sus misericordiosas penitencias y exhortaciones. Un excelente confesor.

Padre Mauro en la lucha contra la intervención de la marina de guerra en Vieques decía: “He adoptado a Puerto Rico como mi segunda patria, sin dejar de defender y amar a la primera. Es precisamente porque amo a mi patria por lo que he decidido entrar al campo de tiro del navy en Vieques con el propósito de detener el bombardeo que ya durante 60 años ha perpetrado en un país amante de la paz y merecedor de un trato mucho más humanitario. Los viequenses se han sacrificado en nuestras guerras”. Este año, por primera vez en 60, la población de Vieques ha podido disfrutar de una paz que ni imaginaban que existiera en su mundo…

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