Entre los dioses a vencer por el monoteísmo judío estaba Baal, o Belcebú, o Bel. El moderno paganismo, como Pablo en el areópago, ya encontró un nuevo dios: Cel. ¡A él gloria y alabanza, a él mi tiempo, mi atención y mi ser! A ese dios rendiré pleitesía. Un marido exclamaba: “Yo no necesito Google; mi mujer lo sabe todo”. Y ese es Cel. Él lo sabe todo; es dueño de toda la sabiduría actual y te lo explica en la lengua que prefieras; creo que hasta en Náhuatl. Pregúntale de medicina, o de cómo sembrar el aguacate. Grande es Cel; su poder no tiene límites. Y lo único que pide es una ofrenda de electricidad y un pago mensual a sus sacerdotes.

Nos encontramos ante una encrucijada. Necesitamos a Cel. Pero, ¿cómo utilizarlo sin ingresar en la lista de sus devotos? Ahí está el detalle. La tecnología llegó para quedarse. Como en otro tiempo llegó el ferrocarril, el auto, o el avión. San Ignacio diría: “Son creaturas que se han de usar tanto cuanto me ayuden para el fin para el que he sido creado”. El problema es que, como en otras creaturas que son regalo de Dios, nos entusiasmamos tanto por ella que nos olvidamos del Creador. Y eso nos ha ido sucediendo con el celular, la inteligencia artificial, las innumerables apps que trasladan a cada uno a un reino distinto del Universo.

En la vida familiar Cel hace daño. Porque la atención se la prestamos a él y no al cónyuge, a los hijos, a las tareas inmediatas… Cel nos agarra en la cháchara con la vecina, o en las noticias del último minuto. Me contaba un esposo que no soportaba ya a su mujer, porque participaba en el chat con 42 ‘amigos’ y no sobraba tiempo para él. Imagino que ella tendría las orejas como un tomate. Tristemente esta pareja, con otros muchos problemas, terminó en divorcio. Cel nos roba la conversación familiar. Es muy útil en muchos momentos, pero por eso mismo nos esclaviza.

No son pocas las parejas casadas que, en medio de los baches de toda relación humana, encuentran a través de Cel a su siquiatra barato. Solo cuesta un poquito de carga eléctrica. Y comienza el maiceo, el romanticismo de lejos (y de noche todos los gatos son negros). Creyendo que adulterio es meterse en la cama con otra persona, no ven que así comenzó el adulterio. Si tanto es culpable el que mata la vaca como el que le ata la pata, Cel va atando muchas patas. No es la vaca la muerta; ¡es el matrimonio!

Recuerdo una preciosa celebración de aniversario dorado de la boda en un espléndido salón, de ‘caché’, como se dice. Las familias ocupaban sus mesas en conversación y degustando las bebidas que nos servían. Y yo observaba a este adolescente que, en todo el tiempo que duró la celebración, no despegó el celular de sus orejas. Comprendo que la conversación fuera de mayores, que no tuviese otro adolescente a su lado. Pero ya era falta de educación y de pasarse, porque “es bueno el culantro, pero no tanto”. 

¿Cómo podemos utilizar a Cel y que no sea él quien nos utilice? ¿Cómo aprovechar el beneficio de la ciencia actual sin ser arrollados por ella? Es, sin duda, algo milagroso en que en ese aparatito tan pequeño lleves al bolsillo tantos otros aparatos electrónicos que poco a poco se descubrieron: música del gramófono, el teléfono de la sala, el televisor, la radio, los diccionarios tan gordos y pesados. ¡Lo próximo será que también incluyan un baño portátil!  Bueno, no veo cómo los tecnólogos lleguen a eso. Cel no puede ser mi dios. Tendremos que decirle como el salmo a los ídolos: “Tienen ojos y no ven, orejas y no oyen, manos y no tocan, pies y no andan.  Los que los adoran terminarán como ellos”.

Padre Jorge Ambert, SJ

Para El Visitante

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