Las pasadas semanas han sido para Puerto Rico un tiempo de perplejidad y dolor. Una de las instituciones que aún guardaba cierto respeto ha caído en desbandada. El proceso electoral puertorriqueño, en otros tiempos modelo para América, resultó muy lacerado. Pueden adjudicarse varias razones para la debacle de la Comisión Estatal de Elecciones. Sin lugar a duda el trastocar el sistema electoral sin que se diera el necesario consenso, que había sido uno de los pilares del sistema, menoscabó su integridad.

Los cambios en el proceso se dieron sin tener los elementos indispensables para proceder en esa dirección. Además, aplicar el nuevo modelo de cara a un inminente ejercicio electoral fue temerario y altanero. La fanfarronería de algunos, el afán de prevalecer de otros y la incapacidad de muchos para enfrentar las decisiones erradas desembocaron en un fracaso estrepitoso.

Por otro lado, las acusaciones que surgieron contra una conocida figura legislativa deterioran aún más la confianza del pueblo en las instituciones de gobierno. La corrupción rampante que hemos padecido en las últimas décadas, en lugar de menguar, se acrecienta. Sin menospreciar a las personas implicadas y sin anticipar juicios que corresponden al sistema de justicia, es frustrante para los ciudadanos tener que ser conocedores de tales hechos. Hemos visto desfilar ante el Tribunal Federal funcionarios de alto calibre en nuestro sistema de gobierno. Pareciera que se ha institucionalizado el pillaje y el uso del poder para fines mezquinos.

Ello es fruto del inversionismo político. Es vergonzoso que se indique que los actos de pillaje son resultado de haberle quitado privilegios a los honorables, cuando aún son la clase mejor pagada en nuestro pueblo, sin tener los méritos ni preparación requerida en la mayoría de los casos. Deberíamos exigir que sus salarios sean acordes con los de los demás funcionarios públicos, que suelen ser más sacrificados y comprometidos. ¿Qué merito tiene un honorable para ganar más que un maestro, policía, trabajador social?

Necesitamos un nuevo y mejor país. Más no lo construiremos siguiendo los fanatismos absurdos que prevalecen en unos pocos. Tenemos que aprender a ejercer el derecho al sufragio con conciencia y compromiso.

Somos un pueblo de ciudadanos honestos, respetuosos, hospitalarios. Nuestra familia fue una escuela de valores permanentes en la mayoría de quienes fuimos fruto de hogares fortalecidos por principios inquebrantables y no negociables. Tenemos que recuperar ese sentido de familia unida por fuertes lazos de solidaridad y de comunión.

Evítenos juicios generalizados y cargados de prejuicios. Cada persona es responsable de sus actos. Ya advierte el Evangelio que crecen juntos el trigo y la cizaña. Solo al final del tiempo se realizará la separación. Los seres humanos no podemos juzgar con total certeza. Mientras llega ese tiempo sepamos separar el trigo de la paja.

P. Edgardo Acosta Ocasio

Para El Visitante

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