Nuestra Diócesis celebra en este año El Año Mariano para el discernimiento, dedicado a nuestra Patrona, la Virgen Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. A continuación, algunas referencias que puedan servir para la reflexión y profundización a todos los fieles. Comencemos con algunos aspectos teológicos.

1. Madre de Dios

En el primer concilio ecuménico de la Iglesia, celebrado en Nicea, del 20 de mayo al 19 de junio de 325, la Iglesia definió la “Divinidad de Jesucristo”; en el segundo abordaron el tema de la naturaleza del Espíritu Santo (Concilio de Constantinopla, año 381) y en el tercer Concilio Ecuménico, celebrado en Éfeso del 22 de junio al 16 de julio del año 431, los padres conciliares condenaron a Nestorio y definieron “maternidad divina de la Virgen” o sea que la Virgen es Madre de Dios.

La importancia del tema de la “Virgen, Madre de Dios” ocupa el tercer lugar en el orden cronológico de los concilios ecuménicos. La Iglesia, desde el inicio, ha mirado con suma importancia el tema. ¿Por qué? Las razones son muchas e imposibles de mencionarlas todas.  ¿Qué honor más grande puede tener la Virgen María? Todas las mujeres de Israel soñaban, anhelaban con ser la Madre del Mesías. No bastaba con el deseo y el anhelo. Tampoco había merecimiento alguno para exigir o alcanzar ese honor. A la Virgen María ese honor le fue otorgado en forma gratuita, y más aún preparada de antemano por Dios Padre.

El oro del icono o cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro significa que la Virgen es Madre de Dios: Oro del Perpetuo Socorro; manto bordado en oro; fondo de oro. ¿Por qué tanto oro? Para enseñarnos su limpieza extraordinaria y las dos siglas griegas que predican esa grandeza, para que cuantos miren al Perpetuo Socorro digan: “La Virgen es la Madre de Dios”.

A la “Virgen, Madre de Dios” le debo veneración, amor, respeto y mucha confianza. Ella es “Madre” y poderosa intercesora por nosotros ante su Hijo que es nada menos que Dios. ¿Qué más puedo esperar y en quién confiar, sino en Ella? Por eso el hermoso título de “Perpetuo Socorro” = “Ayuda Siempre”. ¡Ánimo!

2. “Madre de los hombres”

Jesús, crucificado agonizaba y como regalo especial, dirigió estas palabras a la Virgen que estaba allí: “Mujer, ahí tienes a tu hijo… Y desde aquel momento, el hijo la tomó como suya”, (Cfr. Jo. 19, 26ss). En aquel hijo allí presente, Juan el evangelista, estábamos representados todos nosotros.

Después de la Ascensión de Jesús a los Cielos, los discípulos y la comunidad primitiva esperaban la llegada del Espíritu Santo, reunidos alrededor de la “Virgen María”, (Cfr. 1, 14ss). Ella como “Madre, congregaba a sus hijos”.

Ahora nosotros repetimos lo mismo delante del cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro, “Ella es mi Madre”. La imagen nos anima y nos sentimos acogidos. Ella lleva entre sus manos a ese Niño, asustado, que se agarra al dedo de su Madre.

Aunque nadie nos ame en la tierra, no importa… Nos ama Ella. Lo sentimos todos. Nos lo dice el corazón. Nos lo enseña la experiencia. Nos confirma el instinto, porque somos sus hijos.

Madre es una palabra que repetimos y se conmueve nuestro corazón y se humedecen nuestros ojos… Viva o muerta; cercana o lejana, pero sigue presente en nuestros corazones. Por eso con gran confianza acudimos, ahora y siempre, a la Virgen del Perpetuo Socorro, “Madre de todos los hombres”.

3. “Corredentora o Pasión de una Madre”.  

El único y verdadero redentor de la humanidad es nuestro Señor Jesucristo, pero la Virgen, su Madre, está tan íntimamente identificada con su Hijo y asociada a su misión que la llamamos “Corredentora”.

En el proceso de la condenación y crucifixión no estuvo, ni al margen ni alejada, al contrario, muy cercana porque, en una de las estaciones del vía crucis, la Virgen María aparece para darle ánimo, fuerza, consuelo y fortaleza a su Hijo. Luego, junto a la Cruz, a la hora de su muerte, allí estaba Ella de pie, para escuchar las últimas palabras de su Hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo…”, (Jo 19, 26).  Más tarde recibe el cuerpo muerto, lo embalsama y prepara para la sepultura. Y la sangre “redentora” derramada en la cruz, ¿dónde y cuándo la había recibido Jesús sino de las entrañas de María, su Madre? Hijo y Madre muy unidos en el misterio de la “Redención”.

Esta afiliación e identificación de la Virgen María con la misión redentora de Jesús se percibe con más claridad en la Imagen del Perpetuo Socorro. El Niño Jesús que aparece en sus brazos está tan asustado que se le ha desprendido una sandalia al contemplar los instrumentos de la pasión: los clavos, la cruz, los azotes. Pero Ella le ofrece el apoyo y respaldo necesarios en ese momento crucial de la vida.

¡Cuánto cooperó la Santísima Virgen en nuestra redención! Ella nos acerca a Jesús, nos asocia a la obra redentora y nos ayuda recibir los frutos de la redención tan necesarios para nuestro crecimiento espiritual, santificación y salvación. Alegres, confiados y llenos de esperanza decimos: “¡Virgen del Perpetuo Socorro bendícenos ahora y siempre!”.

En la siguiente edición, núm. 23 del domingo 10 de junio, continuaremos con otro par de aspectos teológicos.

(Obispado de Arecibo)

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