Febrero es el mes de los enamorados.  Para exclamar ‘Be my Valentine’. A los comerciantes les encanta la fecha.  La pandemia también afecta la fiesta: se inventará, ahora el amor virtual.  Es el mes para manosear la palabrita: ¡amor! Dije ‘manosear’ sí, porque el concepto se utiliza sin llegar a la consecuencia más profunda de lo que es.  Como el jibaro que va a pedir la mano de la novia, el padre le pregunta de forma abrupta y poco amiga “y cuáles son sus intenciones con mi hija?  Y el novio, un poco bruto: “meterme en la cama con ella”.

José-José en una canción de los 80 define la diferencia entre “querer” y “amar”.  El querer es la carne y la flor, es buscar el oscuro rincón”, “el que ama su vida la da”.  El amor verdadero lo define magistralmente San Pablo en el famoso cap 13 de 1 Cor, el himno al amor.  Y el papa Francisco en su encíclica “la alegría del amor” lo aplica profundamente a la vida de la pareja.  El querer se queda en la cáscara, el amor llega al jugo.  Como un abuelo caníbal, viendo pasar por el cielo un avión de pasajeros, le dijo al nieto: “hijo, ese pájaro grande tiene una cáscara bien dura, pero por dentro la carne es bien sabrosa”.  Es llegar a la carne.

Se trata de superar la etapa del querer.  Superar el decir ‘te amo porque te necesito’, para decir ‘te necesito porque te amo’. Sin suprimir el querer, que también tiene su función, pasar al otro nivel.  Y esto se logra muchas veces sufriendo dolores, saboreando perdones, matando el egoísmo en todo lo posible.  Es como el parto para la mujer: gritos, jadeos profundos, situación indeseable, pero para recibir el premio de un niño saludable saludando con gritos a la vida.

¿Qué es el amor?, se preguntaba Pedro Flores.  Su definición es imperfecta. No es solo algo profundo, obsesión.  Jesús enseñó la mejor definición: el que ama da su vida por sus amigos. Lo habló, lo practicó. Le enseñó el Padre: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su hijo amado para que todo el que crea en él tenga vida eterna.” “Y el apóstol Juan en la enseñanza de sus cartas, lo resumiría en esta frase; “me amó, me amó primero, me amó sin condiciones, me amó hasta la muerte, y muerte de cruz”.

Dios nos ama dando el primer paso, no soy yo el primero.  Es un regalo en Dios que no sucede porque yo lo motivo.  No me dice: te amo si cumples lo que yo te pido. No pone condiciones.  Y es un amor que llega a regalar lo más preciado, la vida. No de cualquier manera: con muerte cruenta, intensamente dolorosa.  Acertada anécdota la que cuenta de la necesidad de una transfusión de sangre especial necesitada por una niña, sangre que solo poseía su hermano.  “Le puedes dar sangre a tu hermana?  El niño lo pensó mucho y al fin accedió: pues sí.  Durante la transfusión del uno a la otra, el niño, soñoliento, le preguntó al médico. ¿Ya me estoy muriendo, doctor?  ¡Pensaba que se trataba de quedarse el sin sangre para que su hermana viviera!  Eso lo hizo Jesús.

Al final de la película My fair Lady la protagonista le canta al muchacho que la pretendía “Don’t tell me, show me”.  Muéstrame tu amor, no me digas que me amas.  ¡Obras son amores que no buenas razones! Ni tantas postales, ni chocolates godiva.  ¡Celebras dándome vida!

 

P. Jorge Ambert, S.J.

Para El Visitante

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