Los Evangelios nos enseñan cómo Jesús iba al encuentro de las personas, de todos y de cada uno, no importaba su posición social o de cómo fueran juzgados por la sociedad. Por eso le vemos buscar a recaudadores de impuestos, samaritanos, personas conceptuadas como pecadores, niños, viudas, extranjeros. Todo sector que a juicio de la élite judía de la época no merecía la salvación, era llamado por Jesús. Ese comportamiento se convirtió en motivo de escándalo para los fariseos. Esa actitud, que fue comentada y criticada por muchos ocasionó su sentencia. Por esto podemos afirmar que la evidencia, mayormente circunstancial, en el juicio religioso de Jesús, es el resultado de la murmuración, o como le decimos en nuestro país del chisme.
La murmuración es una actividad humana que consiste en hablar de alguien o algo, tanto bien como mal, sin que la persona en cuestión esté presente. Su objetivo mayormente es transmitir una noticia o un evento, antes que los demás. El mayor peligro de ese comportamiento es que muchas veces se esparcen datos sin información completa, afectados por prejuicios o por mala voluntad. A pesar de que la murmuración se inicia más por vanidad, que por maldad, sus efectos pueden ser muy nocivos. Esparcir un rumor es como derramar un vaso de leche, ¿cómo se puede recoger después?
La Biblia nos alerta contra la murmuración en muchas instancias. El libro de Proverbios nos dice: “El hombre perverso provoca contiendas, y el chismoso separa a los mejores amigos (Prov 16, 28). En la carta del apóstol Santiago (4, 11-12) leemos: “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano, y juzga a su hermano, este tal murmura de la ley, y juzga a la ley, pero si tú juzgas a la ley, no eres guardador de la ley, sino juez. Uno es el dador de la ley, que puede salvar y perder: ¿quién eres tú que juzgas a otro?”.
Los efectos de la murmuración van más allá del aspecto personal y afectan las estructuras sociales. En el contexto social, la murmuración sirve para desunir, lesionar dignidades, promover injusticias y sostener prejuicios. La Doctrina Social de la Iglesia insiste en que las exigencias sociales solo pueden ser realizadas si cada hombre y mujer, y sus comunidades saben cultivar en sí mismos las virtudes morales y sociales y difundirlos en la sociedad. Por eso ante el vicio de la murmuración, la Doctrina Social nos propone la virtud de la solidaridad.
La solidaridad no es solo un principio de organización social, sino que en sí misma constituye una virtud. No es solo un sentimiento que surge de comprender las necesidades y carencias de los demás, sino que, como nos dice la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI 193), es una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien de todos. Es una virtud esencialmente cristiana. Como toda virtud, la solidaridad es una disposición, un hábito moral en nuestra conducta cotidiana. Esta virtud se asocia a la amistad y caridad social (Catecismo de la Iglesia Católica 1939). Es la capacidad de amar a los demás con el amor que les ama Jesús (CDSI 196).
Un inicio para cultivar en nosotros y en nuestra sociedad la virtud de la solidaridad, es desasociarnos de todo intento de murmuración y en su lugar buscar formas de ayudar a aquellas personas a las que quisiéramos criticar, pero no desde la óptica de que somos mejores, sino desde la perspectiva de que somos hermanos. La murmuración es un mal hábito que alimenta muchas veces los medios sociales y que no es para nada inofensivo. El murmurador se niega la oportunidad de ser una mejor persona y de vivir los verdaderos valores cristianos. Además, como sentenció el escritor francés del siglo XX, Jules Romains: “La gente inteligente habla de ideas, la gente común habla de cosas, la gente mediocre habla de gente”.
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Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano Para El Visitante