Domingo XXXI del Tiempo durante el Año, Ciclo C
Contexto
Nos acercamos al fin del año litúrgico y a la fiesta de nuestra Patrona, la Virgen de la Providencia, de quién celebraremos el cincuentenario de su patronato sobre Puerto Rico este año.
Poco a poco la Palabra de Dios nos irá poniendo en sintonía con la actitud escatológica de los últimos días del año litúrgico y el inicio del nuevo, a la vez que Jesús va concluyendo su viaje a Jerusalén, que ha marcado el Evangelio de Lucas, leído este año. Para ello nos ayudarán los pasajes de algunos libros sapienciales, como es el caso de hoy (Sab 11, 23-12, 2), la segunda carta a los cristianos de Tesalónica (2 Tes 1, 11-2, 2) y la llegada de Jesús a Jericó, última parada antes de Jerusalén (Lc 19, 1-10).
Reflexionemos
La primera lectura deja claro que lo único que ha movido a Dios para crearnos ha sido su amor, que le mueve a ser paciente y misericordioso con todos. Su amor se manifiesta en su divina providencia que hace subsistir todas las cosas, pero no solo eso, no es simplemente el Arquitecto del universo, como creen los masones, es más que eso, por ello, entre otras cosas, no es compatible ser cristiano y masón. Más aún en su misericordia, no solo nos perdona y a veces se hace “de la vista larga de nuestros pecados”, sino que corrige a los que caen y a los que pecan les recuerda su pecado, para que se conviertan y crean. Dios es Padre amoroso, no solo el frío diseñador del universo.
Ante esa infinita bondad de Dios, ¿cómo correspondemos? Pablo, en la segunda lectura, nos invita a que vivamos la vocación cristiana con dignidad. Esa vocación que nace del bautismo, en el que durante el año misionero hemos reflexionado, como origen de nuestra vocación misionera, pero además nos pone en tensión hacia la meta (escatología) cuando nos dice: “A propósito de la última venida de nuestro Señor Jesucristo… no perdáis fácilmente la cabeza ni…”. No hay que asustarse por la segunda venida del Señor, pero hay que estar vigilantes y activos para caminar hacia ella con la actitud correcta, confiando siempre en el amor y providencia divinos.
En ese contexto, en los planes de Dios, providente y misericordioso, estaba dispuesto el encuentro de Jesús con un “pequeño gran” pecador: Zaqueo. El amor misericordioso y la providencia de Dios se hacen visibles en Jesucristo, que fija sus ojos en este hombre, que podríamos decir es el jefe de los malos, pues en la sociedad judía los publicanos eran los traidores, que recogían impuestos para el imperio, y para completar, cobraban de más para coger para ellos, así que además de traidores, pillos, modelos de corrupción. Pues en ese se fija Jesús. Sin duda, Zaqueo hace su parte, que no fue muy complicada: subirse a un árbol para ver a Jesús. Tampoco nosotros tenemos que hacer tanto, simplemente buscar la mirada de Jesús para que ella nos cautive y una vez logrado ese click, lo demás se dará por añadidura.
A modo de conclusión
¿Qué nos depara la providencia de Dios? María, Inmaculada, supo abrirse a ella cuando el arcángel le manifestó la voluntad de Dios. Zaqueo, pecador, descubrió lo que Jesús esperaba de él cuando se dejó mirar y transformar por la mirada de Jesús y lo dejó entrar en su casa. ¿Acaso no estará Dios providente esperando que le des una miradita para que te dejes cautivar por Él y lo dejes entrar en tu corazón?
Después de eso, no solo te convertirás, sino que te harás instrumento de la Providencia, como lo fue María y como lo hizo Zaqueo al dar la mitad de sus bienes a los pobres y restituir cuatro veces más lo que se apropió indebidamente. ■
Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante