Mucho ha caminado nuestra sociedad en la valorización del ser humano. Las constituciones de países progresistas defienden los derechos humanos. Y en ellos, claro, se cuenta a la mujer. No ha sido así por siglos. Incluso el mensaje evangélico, proclamado para lograr una superación en las relaciones humanas, tampoco ha logrado fácilmente este objetivo. Desde los cuestionamientos de los conquistadores cavilando sobre si los indígenas descubiertos eran animales o seres humanos. O más cerca los supremacistas blancos de USA afirmando que el negro solo posee tres quintas parte de humano.
La valoración de la mujer ha discurrido por estos mismos caminos. El español machista proclamaba: “La mujer debe ser como la escopeta; en una esquina y cargada”. O sea, embarazada, y arrinconada en el hogar. No extraña este pensamiento; lo hemos ido arrastrando incluso con la capa de mandato divino, o revelación, desde el Génesis. Allí el pensamiento es que la mujer fue la causante del deterioro humano, la expulsión del paraíso, por haber comido del fruto prohibido. Olvidan que el responsable verdadero era Adán, el macho. Adán, pues ni para eso la mujer era responsable. U Olvidan que ese relato no es literal sino mítico, una forma de darle ropaje, hoy diríamos ‘audiovisual’, a unas ideas religiosas con honda verdad, pero a ser gradualmente entendidas a través del pensamiento y experiencias humanas adicionales. Alguien diría, poéticamente, que Adán comió, para salvar por amor la indiscreción de su amada. ¡El amor acompaña en la desgracia!
La Dra. Luce López Baralt, en atinado y bello recuento histórico del pensamiento sobre la mujer, aclara el avance de ese pensar desvalorizado de la mujer a través de la historia occidental. Son contundentes las conclusiones a las que arribaron. Y claro, en el fondo riela también el pensamiento bíblico asimilado por las culturas semitas. Cuando se parte de mala información, toda la secuencia será deforme. Como en álgebra, el estudiante que construye mal los datos de la ecuación obtendrá resultados que le colgarán en el examen. En ese pensamiento inadecuado sobre la mujer, que parte de un conocimiento biológico falso, y de una construcción del plan divino sobre ese fundamento, se llegará a las expresiones no tan dichosas de, por ejemplo, nuestro maravilloso San Pablo. Aunque también olvidan las inspiradas palabras del apóstol cuando dictamina: ‘En Cristo no hay varón o mujer, libre o esclavo, judío o gentil’. O cuando manda al marido a mirar a su mujer como a su propio cuerpo, y tratarla como Cristo a su Iglesia.
Cada cosa a su tiempo. Y ya advinieron los tiempos de la mujer, como llegó el tiempo para Europa reconocer que el mundo era redondo, y que existían otros continentes más vastos y relucientes que el conocido. Buen ejemplo del progreso es la encíclica del papa San Juan Pablo II ‘sobre la dignidad de la mujer’. Los sexos son diversos y complementarios en su oficio, pero iguales en dignidad, en respeto, en el destino futuro. Si la mujer es instrumento del pecado para el varón, lo mismo habría que predicar del varón como instrumentó de la pasión para la mujer. Pues de pasión a pasión no es mucho lo que se llevan, aunque una sea pasión rosa y otra pasión azul.
Es verdad que en la difusión del Evangelio no tienen ambos los mismos poderes eclesiales. Seguimos viendo el ministerio del sacerdote como de varón, por la razón de representar el sacerdote la persona de Cristo, que era varón. Pero, aunque no sea de fe ese pensamiento, podemos vivir con el. En variadas intervenciones más evangélica es la mujer que el varón. Incluso en la Iglesia podríamos afirmar, con algo de machismo, que ‘detrás de cada hombre hay una mujer’. Y algunas, evangelizando, aportan más entrega y profundidad que muchos varones, aun de los de más alta jerarquía. Pienso ahora en Sta Catalina de Siena, que reprochaba con gran firmeza al papa de entonces por no obrar como pedía su ministerio. Y ella, sin saber leer ni escribir, ¡es propuesta como Doctora de la Iglesia!
Somos hijos de la historia. Perdonemos las actuaciones incompletas de entonces. Nos abrimos ahora a la plenitud de un nuevo entendimiento de que la humanidad no es Adán, es Adán&Eva. Sin ambos no hay reyes de la creación.
P.Jorge Ambert, S.J.
Para El Visitante