Según el relato genesíaco, Dios reunió las aguas en un solo lugar, y apareció lo seco. Comenzó a brotar la vegetación: hierbas que dan semilla, y árboles que dan su fruto con semilla. Luego colocó en el firmamento los astros para alumbrar la tierra. Y creó los grandes animales marinos, y todos los seres vivientes que pululan en las aguas y todas las aves. Dios hizo los animales domésticos, los animales salvajes y todos los reptiles. Y los bendijo. Creó de manera particular al hombre, y le entregó todo. Y así sucedió. Al final, miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno… Si el Creador sintió satisfacción por su obra y reafirmó su bondad, yo también quisiera complacerme en mis humildes trabajos y ofrecerlos para su mayor gloria y beneficio de la humanidad.
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A mí que me digan perro, pero como yo no lo soy… Así sentenciaba un pariente nuestro, provocando carcajadas entre los contertulios. La sutil defensa contra los insultos gratuitos no deja de tener su toque de gracia y la sabiduría de quien reafirma su dignidad humana. Comparar a los sujetos con lo peor del mundo canino representa un ataque bestial, aunque la víctima se declare neófito del cinismo. En cualquier caso, el que sufre la vejación del epíteto perruno es consciente de la difamación. Sin embargo, se yergue por encima del desprecio, niega la falsa percepción del adversario y, de rechazo, valora lo que realmente es.
Aníbal Colón Rosado
Para El Visitante