El azote de la pandemia, con su látigo sobre la sicología del puertorriqueño, deja huellas imborrables. Ya, no somos iguales; el poderío del encerramiento colmó la copa del qué será de nosotros, qué haremos de ahora en adelante. En lo más íntimo hay nostalgia, rostros familiares, tristeza. Encontrar un antídoto que baje la fiebre y ponga en marcha el propósito común es tarea inaplazable.

Los ciudadanos hacen lo que pueden, desojan sus días y sus noches en la búsqueda de una luz, de un guía que trascienda la piedra en el camino. Enfocarse en lo superficial, banal y de poca monta constituye una calamidad, una señal de que la Babel existe, de que somos víctimas de auto-flagelación social. Se requiere un liderato de marca mayor, que presente días primaverales en vez de otoños de hojas caídas.

El sufrimiento del pueblo punza el cielo y se agiganta de día a día. Nuestros líderes gubernamentales deben colaborar con el Dios que reparte todo a todos, que de lo poco saca mucho, que se acogen a la solicitud de la mayoría en vez de asilarse en las minorías. Se requiere el don de multiplicar en vez de la tacañería que es pequeñez y egoísmo.

Más de lo mismo es una fórmula inadecuada para estos días limitados por el miedo, la soledad y la tristeza. La idea fértil es curativa, propicia que la mente se desborde en ideas, en pensamientos saludables. Lo otro es epidemia, escasez de buena voluntad para adelantar las causas nobles y postergar el mal que ronda de día y de noche.

El pueblo espera su ración de libertad, paz, alegría de vivir. Para cumplir con ese anhelo es preciso izar la bandera de la verdad y poner coto a todo intento de apagar la luz en medio de las tinieblas. La claridad provee un acercamiento a lo justo y necesario, a que el pensamiento no se quede varado en el partidismo o en componendas que favorecen a unos pocos.

Duele al País y a los ciudadanos pernoctan en los paraísos artificiales que adormecen, pero no curan. El propósito común debe ser altavoz para repetirlo muchas veces, para que inspire a salir de los atolladeros en que hemos caído poniendo de testigo el dinero y la vida fácil. Ya los límites de todos juntos han pasado a ser colindancia de unos pocos.

En la pandemia, y luego de ella, el recurso solidaridad, verdad y justicia deben ser la única dirección a seguir para no desfallecer en la ruta. Todo lo traído por conveniencia, o por agradar a unos pocos, debe ser depositado en el zafacón del olvido. El sufrimiento de muchos debe ser prioridad para la gran oportunidad de ayudar, dar esperanza, abrir el corazón.

Se agota la esperanza, se marchita el huerto social y se apretuja el corazón en este tiempo de problemas insolubles. La garantía de bienestar viene ataviada de una sabiduría que la da Dios para no limitar las potencialidades de los más pobres y necesitados. Al ejercer el poder con sabiduría, se abren los ideales y se pernocta en la paz y la justicia.

P. Efraín Zabala

Editor

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