Son dos conceptos que, en nuestra mentalidad católica, desearíamos fuesen gemelos. Viviendo en una sociedad pluralista, no podemos aspirar a ese ideal. Una acción concreta, digamos ‘una mujer decidirse por ‘un aborto’, es para nosotros una decisión que se rige por varios principios. Primero, por la ley natural, donde a todo ser humano que piense bien le resultará claro que el matar es una acción inmoral. Para nosotros esta ley natural se refuerza con la visión de Jesús, que es el Dios de la vida y que anima a amar y proteger toda vida, la humana especialmente. A este pensamiento se añade lo que el magisterio de la Iglesia, iluminado con la reflexión de teólogos y moralistas, aclara y propone como verdad moral a sus fieles. En este caso, abortar es matar, porque el embrión ya es vida humana.
Claro está, debemos reconocer que aún quedan puntos obscuros, que deberían ser aclarados ya por la ciencia biológica. ¿Cuándo comienza de veras una vida propiamente humana: al unirse las dos células? ¿Al anidar en el útero? ¿A las ocho semanas? Reconocemos que hay una línea obscura, que sin duda la fe propone, iluminada por los datos científicos. Si esto es así, tenemos que admitir que alguien, no creyente o no cristiano, pueda decidir una moral sobre el aborto algo distinta a nosotros. Decía un moralista: “La cuestión del aborto, con determinación del momento en que hay vida en el proceso de la concepción, no pertenece al dogma ni a la fe; es una cuestión humana que hay que dirimir con la ayuda de las ciencias. Todos estamos a favor de la vida, pero observando los pasos necesarios antes de concluir cuándo se da esa vida”.
Viviendo en una sociedad democrática que es pluralista, y aun presuponiendo que la gran mayoría son miembros de la fe cristiana, puedo proponer para el consenso del país esa visión mía de la ley natural. Dije proponer, argumentar de muchos modos, pero de ninguna manera imponer. En este supuesto puede darse (como se da en nuestra situación jurídica puertorriqueña) que lo que yo sigo viendo como inmoral (abortar), la ley lo proponga como legal, es decir, no perseguida como delito. En este caso tendríamos una situación legal, en el estado de ley, pero inmoral ante nuestra conciencia cristiana. Mi conducta debe ser seguir prohibiéndome a mí, y a mis fieles, ese aborto; seguir proponiendo las razones para mi conducta; exigirle a mis fieles esa ‘desobediencia civil’.
Casos similares pueden ser: el divorcio legal de un matrimonio válido, la imposición de la pena de muerte, la eutanasia, el distribuir anticonceptivos en la población, la discriminación racista, la sensibilidad ecológica, la libertad de conciencia y expresión, la homosexualidad, la prostitución, etc. Una sociedad pluralista trata de legislar según el consenso de millones de personas, donde las visiones filosóficas, religiosas o culturales son diferentes e incluso contradictorias. Legislamos para la convivencia pacífica. Un legislador cristiano argumentaría desde sus convicciones cristianas, pero abierto a una realidad variopinta.
No todo lo legal es moral. Ni todo lo moral se propone siempre como legal. Decía un teólogo: “En una sociedad democrática, plural, el contenido educativo se extrae básicamente de la naturaleza de la persona que incluye propiedades, objetivos y consecuencias que atañen a todos, independientemente de la religión que se profese, o de que no se profese ninguna. Las exigencias morales de una u otra religión no son materia para proponer a todos mediante leyes vinculantes”.
P. Jorge Ambert Rivera, SJ
Para El Visitante