Entrevista con Elizabeth Bunster Chacón sobre el proyecto Esperanza


“Podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia”, (Evangelium Vitae, 99).

La primera víctima de un aborto es el no nacido. Las siguientes víctimas son la mujer, el hombre y la familia. Para estos, surgió en Chile el proyecto Esperanza cuya intención es acompañar pastoralmente a las y a los heridos post aborto mediante la misericordia de Dios. Así lo dejó claro Elizabeth Bunster Chacón, directora-fundadora del proyecto Esperanza y trabajadora social, quien visitó Puerto Rico por primera vez y participó con dos conferencias en el V Simposio de la Familia del Instituto Superior Nacional de Pastoral de Puerto Rico.

Actualmente Bunster ha recorrido varios países en Latinoamérica para dar a conocer la propuesta, capacitar equipos pro vida y colocar a Esperanza al servicio de las distintas Conferencias Episcopales para que la acojan según las realidades del país. “La propuesta de Esperanza acoge con misericordia a todas las personas que han sufrido las consecuencias de un aborto provocado o incluso quienes sufren la muerte de un hijo por nacer cuando la causa es espontánea o natural”, precisó la directora-fundadora.

proyectoesperanza

Sobre el inicio del proyecto relató que en el 1999 apoyó una organización que asistía a mujeres embarazadas que tenía un lema publicitario que tocó a muchas: Cuando abortas parte de ti muere. Los teléfonos comenzaron a sonar y en su mayoría eran las mujeres que ya habían abortado. Cuenta que las chicas se acercaban y decían “yo necesito ayuda pero para mí ya es tarde porque ya aborté”. La organización no podía lidiar con esta población y Bunster enfiló todos sus esfuerzos para atender a este sector con la ayuda de varios sacerdotes y la familia de Schoenstatt (de Chile). Entonces nació Esperanza. El equipo del proyecto en Chile lo conforman psicólogos, sacerdotes, colaboradores e incluso testimoniales.

Dolor que quiebra a mujeres y hombres

“El aborto nunca es una solución, el profundo daño que provoca marca la vida de la mujer. Tiene consecuencias traumáticas para toda la vida. Entre ellas autocastigo, culpa, alteración en el sueño, en la alimentación, alteración en las relaciones con los otros porque entra en un estado de estrés en el que busca aislarse. Siente que no merece vivir y puede evadir a través del alcohol, las drogas o conducta de autocastigo”, reflexionó la activista pro vida. En líneas muy reales y desgarradoras describió cómo ellas se torturan con el “cómo hubiese sido si hubiese nacido”, el “cómo se vería su rostro” o el “cómo se escucharía su voz”.

Esto no solo se limita a las mujeres sino también a los hombres se les ve seriamente afectados por el asesinato de sus hijos especialmente en países donde el aborto es legal, sentenció. “Ese joven queda destruido porque murió su hijo y no tuvo la oportunidad de ayudar a que naciera. Siente un tremendo dolor, rabia e impotencia”, dijo sobre el instinto de protección de la familia que radica en el varón.

El cómplice mayor es…

La respuesta a todo esto en los países permisivos en el tema es el mutismo, ese silencio cómplice por omisión que prefiere no tocar el tema. Ese mismo silencio, el que ocurre luego de un aborto, es el que también viene a callar a las víctimas (mujeres, hombres y familia) por pura vergüenza. “El gran cómplice es el silencio porque es un dolor muy profundo y da mucha vergüenza”, criticó Elizabeth Bunster.

Por otro lado, uno de los puntos mayores de acción y reconciliación misericordiosa para lidiar con toda esta carga, explicó, lo enseña San Juan Pablo II en la Carta Encíclica Evangelium Vitae (99): reconocimiento de la verdad, reconciliación y perdón. Como catequiza San Juan Pablo, no se puede bajar el perfil de lo que ocurrió porque la mujer sabe que su dolor indica un acto de magnitud mayor. Luego, la misericordia se manifiesta al acudir al Sacramento de la Reconciliación y es entonces cuando ella podrá pedir perdón al hijo que mora en el Señor.

Explicó que la mujer queda inquieta por una maternidad que queda en el vacío, pero al final es una maternidad perdida y recuperada por la misericordia de Dios. “Cuando la mujer siente que ha recuperado el vínculo, cuando sabe que ese niño existió, dónde está, que tiene una identidad de niño, que tiene un rostro, en ese momento descubre que ese niño ha estado presente e intercede por su paz y por su perdón desde el cielo”, concluyó.

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