Nuestra espiritualidad católica ve el sacramento del Matrimonio como una misión cristiana que reciben los casados para vivir el amor. Es una vocación, llamada divina, para predicarle al mundo, sin palabras, pero con acciones que el amor es vital y es posible. La familia es, entonces una pequeña iglesia, la iglesia doméstica de que hablaba el Papa Pablo VI. En ella, como en la comunidad grande cobran vida las notas de la Iglesia: comunidad que ora, vive la caridad, evangeliza. Y eso lo realiza empezando primero con los hijos y los allegados familiares.
Por eso, Cuaresma, y sobre todo la Pascua, debe ser objeto de celebración familiar. Se han de buscar los momentos para dar el toque de atención a lo que la Iglesia grande celebra en su liturgia. ¿Y cómo se logra? La creatividad de cada uno, sobre todo la madre, ejecutiva del hogar, dará con el cómo. Una forma, sin duda, sería algo en la decoración del hogar que recuerde la época litúrgica que se vive. Recalcar la sobriedad, “porque estamos en Cuaresma”. Si hay un rincón con velas y la Biblia, como adornan algunos, se usaría un color morado, un banderín con anuncio penitencial. En las comidas de los viernes recordar lo que se come, o lo que se evita comer, “porque estamos en Cuaresma, acompañando a Jesús que se sacrificó por nosotros”. Si la familia sufre por algún familiar mayor encamado, o en una institución de ayuda, o alguien pobre a quien llevar limosna, parece conveniente ir acompañado por los hijos, recordándoles por qué lo venimos.
Si no has tenido tanto éxito anteriormente, al menos la Semana Santa sería buen campo para recuperar su sentido religioso, pero de forma suave, tal vez hasta conversada en reunión familiar. Es una pena que para muchos sea una semana cualquiera, y sobre todo el Triduo Pascual, donde retomamos la cumbre de nuestra fe: la Resurrección de Jesús. Ponte creativa. Sin atragantar a los demás miembros de la familia, pero suavemente insinuando el momento que se está viviendo. Al menos el Viernes Santo que recupere su matiz de sobriedad, silencio. En Estados Unidos es un viernes cualquiera, pero nuestra cultura aún conserva su sabor sagrado. Es buen día para ir como familia por diversas iglesias por predicación. Pero, ante todo no tolerar que sea un día de vacación y juerga. Eso lo dejamos para Pascua.
Y llegamos a la Pascua. Sin duda que resulta más fácil emplear los elementos festivos, pero que de algún modo se recuerde por qué nos alegramos y festejamos: “Resucitó de veras mi amor y mi esperanza”, decía la Magdalena. O como se preguntan los nicas al celebrar a María Purísima: “¿Quién causa tanta alegría? La Concepción de María”. Eso de los huevos de pascua, y el conejito, es más sajón que nuestro. Aún no he visto a un conejo poniendo huevos. Pero, si lo piden habría que recordarles que es el recuerdo de un Cristo que recobra su vida glorificada y comparte con nosotros esa vida. Del huevo sale nueva vida animal o humana. Del Cristo resucitado nace nuestra esperanza de vida eterna.
De nuevo, el hogar se puede rodear de símbolos: flores en la mesa, símbolos en la puerta de entrada, el cirio pascual, el agua bendita… Se podría de nuevo bendecir el hogar, lo que podría oficiar la misma madre o el padre. Y eso se podría realizar antes de una cena de especial significado “porque Cristo vive, y nosotros por él”. No se trata de acumular oraciones largas, que a lo mejor producen efecto contrario en los hijos. Recuerda que, si de tus actos se considera a la fe y sus prácticas algo odioso o pesado, mejor no ejecutar nada. Y recuerda que “lo bueno, si breve, es dos veces bueno”. Animo a la esposa, que es la reina del hogar, a ponerse creativa. En nuestras librerías puede haber material apropiado. Comienza al menos con esa persuasión: “Mi hogar es una iglesia en pequeño y yo voy a probar que lo es”.
(P. Jorge Ambert, SJ)