Analizaba las ocho cualidades que, según unos investigadores en su encuesta, se juzgan básicas para mejorar la relación de la pareja. Y pasamos a la tercera: Sentirse bien el uno con el otro y gozarse mutuamente.
Recuerdo en una dinámica de pareja que el esposo pronunció “pues yo me siento bien con Carmencita”. Los ojos de ella se iluminaron. Fue para mí una frase maravillosa en su sencillez que definía el grado de excelencia de esa relación. O como aquel que decía: “Al despertar en la mañana y la veo a mi lado así sin maquillaje ni simulación alguna, le agradezco a Dios el que ella esté allí a mi lado”. Hay personas con las que tú te sientes bien, y desearías alargar la conversación. Hay otras, tristemente indeseables, en que tu reacción espontánea es terminar cuanto antes la visita “porque te sientes mal”, esa es la frase. Esa debe ser la sensación. Son los dos viejitos de muchos años de relación, que ya tal vez no tienen ni nada nuevo que decirse, pero si él se ausenta, ella ya le está buscando ansiosa, porque es a su lado como se siente bien. Te preguntaría en este examen: ¿Siempre, o casi siempre, te gozas y enorgulleces al pensar en tu compañero/a?
Y a esa sensación añadir el “placer”. Es una relación placentera. Habrá momentos obscuros, de errores u olvidos, pero esa presencia me da placer. El placer no sería tan solo en el momento de la entrega sexual, tan importante para cimentar la relación. Allí el placer es componente puesto por el Creador y hay que buscarlo, tanto el propio como el de la compañera. Pero es el placer de oír su voz, de verlo o verla cuando camina cerca. Y que puedas decir como aquel artista a quien le preguntaron, a los 40 años de casado, si no había deseado divorciarse. Respondió: “Divorciarme no, estrangularla sí”. Porque hay momentos malos, como hay días de vaguada o de polvo del Sahara. Pero la mayor parte son el gozo del trópico, sol, playa, bosques, temperatura confortable. Ojalá sea así tu relación matrimonial. Cuando hay celos furiosos del otro, o competencias por ver quién manda, no te estás sintiendo bien con la relación.
Cuarta: Aceptar las necesidades del otro y esforzarse por llenarlas.
Aquí la pregunta es: Cuando tu compañero te pide algo, ¿siempre o casi siempre, te sientes preparado para atenderle? ¿Las cosas que él/ella te pide te parecen siempre razonables? Yo defino la relación matrimonio como un lugar donde estás llamado continuamente a sumar o a restar. El egoísmo te mueve a restar, a quitar, a buscar lo tuyo. El amor genuino se preocupa por ver qué necesita mi pareja en este momento, qué yo le puedo proveer. Es el servicio que brota espontáneo, sin preguntar. Ese gesto, en especial para algunas personas es la manera más clara de que hay amor. En Renovación Conyugal predicamos que mi pareja es el número 1. Existe un 2, o un 3. Pero el uno es ella. Las necesidades básicas que tengo como ser humano mi cónyuge será quien primero me las provea.
En este punto mi presupuesto es que, en el plan divino, Dios, que al crearme me dotó de unas cualidades, encargará a mi cónyuge para que él/ella me añada en la convivencia lo que todavía me falta. Lo contrario, una relación en que uno siente que pierde, que se desgasta, es tarea diabólica. Una esposa me decía: “Me divorcio, porque desde que entré en esta relación he sentido que poco a poco él me aplasta, me disminuye”. Eso no es matrimonio. Esa es la mejor descripción de la obra del “enemigo de natura humana”, destrozando los planes divinos. No es el matrimonio de Dios. O cambias la dinámica y sumas, o te divorcias.
(P. Jorge Ambert, S.J.)