Parece que así piensan nuestros jóvenes novios hoy en día. Y lo que nos desconcierta más es que así piensen los que se supone han recibido conocimiento de las exigencias de nuestra moral católica. Se trata de agradar al Señor cumpliendo su palabra, y ellos, con facilidad, la dejan a un lado. “Vamos a convivir para ver cómo nos arreglamos”.

“La vida sexual es importante y veremos si somos compatibles”. “No creo en los compromisos ni los papeles”. Así piensan. Y algunos recuerdan que hay culturas africanas donde los padres ponen a convivir a los novios, para dar luego su permiso para el paso de compromiso. Estos, claro, piensan a lo africano. Ese modo africano ha traído ciertos problemas a los misioneros, que inculcan la fe católica y su pensamiento. Si son cultos tal vez se apoyarán en el escritor Eduardo Galeano: “¡Oh, el amor, el amor sin reglas!…”.

La enseñanza católica es clara en este punto. El uso pleno de la sexualidad, con todos sus valores, solo se daría en el matrimonio estable, comprometido, bendecido en los bautizados por el rito del sacramento. El uso de la sexualidad fuera de este ambiente es fornicación, pecado serio. El uso de la sexualidad con otra persona ya casada es adulterio, pecado serio. Pero esos jóvenes miran para otro lado. Es como las mujeres, que reclaman la disposición y uso de su cuerpo según a ellas les plazca; nadie debe intervenir en sus decisiones, con lo que hacen con su cuerpo. Es una afirmación presuntuosa, pues si tú quieres usar un cuadro de Rembrandt añadiéndole colores a tu manera, lo desvirtuarás. Ir en contra del diseño del arquitecto es destruir su obra. Y el diseñador de la naturaleza humana fue el Creador.

Creo que la base del problema es el concepto de la sexualidad. Claro, los que ven el placer sexual como el pecado por antonomasia, se desvían por la derecha. Los que lo ven como una fuente más de placer, asequible al ser humano, a decidirse según la conveniencia, se desvían por la izquierda. Nuestra moral, por otro lado, opina que el acto sexual tiene un valor especial, porque es el lugar de donde nace la vida, con el que podemos ser co-creadores con Dios y, por tanto, de una consideración única que no la tienen otras fuentes de placer material humano. El acto sexual tiene tres valores y el que se decide por ese acto debe estar abierto a esos tres valores. La intención es desear e intentar los tres; obstaculizarlos es dañar el regalo divino.

¿Cuáles son esos tres valores? Primero el placer. La intención de los esposos es que sea un acto placentero para ambos, incluso superando la tentación de buscar solo mi propio placer. El segundo es el valor unitivo. Esa unión sexual es la forma de comunicación más completa, para decirle al ser elegido libremente lo que significa para mí. El placer es un valor animal; el unitivo es valor humano, que no poseen los animales. El tercer valor es el procreativo. Ese mismo gesto de entrega, en algunos momentos del ciclo, puede engendrar vida humana. Negarse totalmente a este valor daña la intención del diseño divino. Donde se daría el lugar para llegar a esta plenitud deseada por Dios sería en la unión comprometida y estable, bendecida por la gracia divina. Fuera de ese lugar, el plan divino queda frustrado.  Sería como dar de comer al perrito en un plato valioso de la dinastía Ming; al perro se le ofrece comida en un plato plástico.

Uno quiere ser comprensivo y misericordioso con las nuevas modas.  Yo decía que antes nuestros abuelos convivían porque eran ignorantes y pobres; hoy conviven porque tienen PhD. Pero hemos de recordar lo que sigue siendo nuestra enseñanza. Y decir como el filósofo: “Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”.

(Padre Jorge Ambert, S.J.)

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here