Revdo. D. Wilfredo López Mora
Profesor de Teología y Filosofía
PUCPR – Recinto de Arecibo


 

El año litúrgico comienza con el Adviento, término que viene del latín “adventus”, que quiere decir tiempo de espera, pues va a llegar algo o alguien. Para los católicos es la gran espera de la llegada del Mesías, del Salvador. María guardaba esto en su corazón.

María, como buena judía, esperaba con ansias la llegada del Mesías, por eso inmediatamente el Ángel le anuncia que va a dar a luz al hijo de Dios (Lc. 1, 26 – 38); le aborda una gran alegría, pues ha de llegar la salvación. Pero, por otro lado, María conocía las leyes judías y por eso le invade un gran dolor y temor, pues podía morir lapidada (Lv. 20,10). La misma escritura nos muestra que ella estaba desposada, es decir no casada (Mt. 1,18). Por eso María le expresa al Ángel, “pero es que yo no conozco varón” (Lc. 1, 34). Sin embargo, el amor que ella le tenía a Dios la lleva a aceptar y hacerse Sierva del Señor (Lc. 1,38). María guardaba esto en su corazón.

En el momento de la visitación, María, al enterarse que su prima Isabel estaba encinta aun siendo de edad avanzada, generosamente viaja para ayudarle en este proceso. En el encuentro y saludo de María y su prima, Isabel le profetiza: “cómo que la madre de mi Señor ha venido a visitarme” (Lc. 1,43). María guardaba esto en su corazón.

En el nacimiento del niño Dios le visitan los Magos de Oriente, y le regalan incienso, oro y mirra (Mt. 2,11). El incienso se encendía y era utilizado en momentos de oración, según el humo sube al cielo, así subirán nuestras oraciones al cielo. El incienso representa el Sacerdocio de Jesús, cuya función es la de unir el cielo y la tierra, lo humano con lo divino. La acción amorosa de Jesús en abrazar la cruz para salvarnos ha de restaurar la amistad entre Dios y los hombres. El segundo regalo es el oro, este representa el Reinado de Jesús. Un reinado distinto a los reinados de este mundo, pues el reinado de Jesús no se corrompe, además es un reinado para servir y no ser servido (Jn. 18, 36). El tercer regalo es la mirra, piedra oscura que representa el sacrificio y sufrimiento que Jesús ha de padecer. María guardaba todo esto en su corazón.
Después del tiempo de purificación, José, María y Jesús fueron al Templo. Allí se encontraron con Simeón, quien llevaba años en el Templo orando y solicitando a Dios que no le dejara morir hasta que sus ojos vieran al Salvador. Al ver a Jesús, comienza a alabar a Dios pues ha visto la salvación, ha reconocido a Jesús como el Mesías.

Simeón le profetiza a María que la acción de Jesús salvará al mundo pero será por el sufrimiento y el dolor. Por eso le dice: “una espada atravesará tu corazón” (Lc. 2,35).

María guardaba esto en su corazón.

En el tiempo de Adviento se vive una mezcla de sentimientos. Por un lado la gran alegría, pues llega el Mesías y con Él la salvación. Pero, por otro lado, se viven momentos de recogimiento, reflexiones y oración, pues para que llegara la salvación hubo que vivir momentos de dolor y sufrimiento. Debemos aprender de María, viviendo cada momento con gran intensidad, guardando en nuestro corazón cada acontecimiento, sea de alegría o de tristeza, con una gran fe, madurando, creyendo y confiando plenamente en el Plan de Dios. Hay ocasiones en la que no entendemos los acontecimientos, ni el porqué de las cosas, pero lo más importante es imitar a María, amar como ella, esperar como ella, y creer como ella creyó. En este tiempo de Adviento y Navidad debemos prepararnos para que Jesús nazca en nuestro corazón, y que nosotros demos testimonio de ese gran encuentro con Dios. Todo esto debemos guardarlo en nuestro corazón.

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