Javier Bardem ha trascendido las fronteras de su país natal, España, para abrirse paso de modo sobresaliente en el cine norteamericano. Prueba de ello son los premios alcanzados en la nación norteamericana, como el Oscar, y la diversidad de roles allí desempeñados. A esa diversidad se agrega hoy la cinta titulada “Lyle, Lyle, Crocodile”, que reseñamos.
Se trata de una película de fórmula que sigue un patrón de sobra conocido. Consiste en presentar en la pantalla a una pareja dispareja, someterla a diversas pruebas y al fin dotar a sus aventuras de un final feliz. En el caso de “Lyle, Lyle, Crocodile”, esa pareja la forman un mago sin suerte (papel que asume Bardem) y un animal, pero no de los domésticos que tanto abundan en la cinematografía norteamericana, sino uno exótico y sanguinario, un cocodrilo con el que el mago aspira a triunfar en los escenarios a base de hacerlo cantar y bailar tanto a dúo como -sobre todo- en solitario.
El intento no le ha funcionado cuando los conocemos a ambos a principios del filme y así se refugia en una casa de apartamientos, a la que luego se muda una familia compuesta por tres miembros: padre, madre e hijo aún menor, todo ello bajo la protesta casi contínua de otro vecino del edificio, situado en Nueva York, que se vuelve una amenaza creciente para todos ellos.
La película entonces sigue la ruta tan conocida de la fórmula y, tras varios incidentes, logran al fin el cocodrilo y el jovencito mantenerse unidos y huir todos de la “gran manzana”.
“Lyle, Lyle, Crocodile” resulta difícil de encasillar en un solo género cinematográfico pues tiene tanto de comedia sentimental como de película musical (unas seis canciones, no muy melódicas, que se insertan a lo largo de la trama) y, como filme de la segunda década del siglo XXI, ofrece también momentos de temor, aunque matizados de tal modo que la clasificación voluntaria que la industria le ha dado es la de PG
La cinta descansa para su efectividad en la actuación ofrecida por Bardem y en el rol que desempeña la cámara, siempre en movimiento como para conseguir que el público no se aburra.
Luis Trelles Plazaola
Para El Visitante