Hace varios milenios las Sagradas Escrituras advertían del cáncer de la avaricia con un contundente “no codiciarás”, (Ex 20, 17). De esta enfermedad espiritual brotan algunos de los temores más grandes para el País: la corrupción, el robo, la malversación de fondos, el lavado de dinero, el soborno, la falsificación y algunos llevan hasta la violencia y asesinato por el afán de la riqueza.
Es un pecado capital, por ello es cabeza y proviene de la misma palabra del latín capitia, porque es principio u origen que desemboca a otros pecados.
Para hablar sobre la avaricia, cómo enfrentarla y comenzar un proceso de transfiguración a las virtudes que se anteponen a este pecado capital, El Visitante conversó con Fray Roberto Martínez Rivera, OFM Cap. Explicó que la razón por la que la Biblia todavía es muy relevante es porque no solo revela dogmas o doctrinas, sino que ilustra las actitudes humanas que son vigentes tanto en el pasado como en el presente. Por eso algunas frases, aunque se escribieron hace varios milenios, parecen escritas hoy.
Sobre el pecado capital, que describió como un vicio desmedido de acaparar más allá de lo necesario y “ese me llenó con los ojos”, dijo que por estos pecados es que San Pablo habla de una nueva criatura a la que todos debemos aspirar y trabajar para no estar doblegados por estos pecados. “A todos los que hemos sido sumergidos en el Bautismo de Cristo, hay que trabajar en ser una criatura nueva, para adquirir los valores del Reino y del Evangelio. El Espíritu nos anima a luchar contra esos instintos”, detalló Fray Roberto.
Definiciones peligrosas
La Real Academia Española define la avaricia como un afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas. El pecado, también conocido como codicia, infringe el noveno y décimo mandamiento. El problema básico es cuando la definición de felicidad está atada al dinero, posesiones y ser rico. Fray Roberto, criticó que, si se piensa que con mucho dinero hay mucha felicidad, entonces qué hay de malo en tener mucha felicidad. El mal razonamiento puede llevar entonces a acumular, querer quitar riqueza del prójimo o ambos sin medir las consecuencias.
“Esta es una doctrina muy metida en la cultura.”
Más dinero no significa ser más feliz. Si te sientes lleno con Dios no necesitas nada más. San Francisco no era pobre, era rico. Era de Dios, lo demás le sobraba. Si te sientes vacío, por ahí comienza el problema. Dice un amigo dominico que cuando el centro se vacía se llena la periferia”, especificó.
¿Cómo combatir la avaricia?
Primero, destacó que hay que auto reflexionar porque, “¿cómo saco la viga del ojo ajeno si no saco la mía?”. El primer paso, el encuentro personal con Cristo en la conversión que se demuestra en el ejemplo, que es la mejor forma de convencer. Tan simple como que “el Evangelio no se trata de cambiar al otro, es primero permitir que la gracia me cambie a mí”. Y este trabajo es de toda una vida. ¿Cómo ayudo a convertir al otro? “Además del ejemplo, con paciencia, acompañando, pero este es un trabajo de Dios, podemos ser instrumentos del Espíritu, pero es un trabajo de Dios”.
Se cuestionó por qué el pueblo debe sufrir por la avaricia de unos pocos. “Ejemplo de la avaricia son las acusaciones que se hacen contra líderes del gobierno que saquean los bienes del pueblo”, dijo el Fray capuchino.
“Ser generosos, solidarios y justos”
Estas tres actitudes brotan del amor. Sostuvo que la avaricia es un deseo desmedido de querer poseer y se le antepone la justicia que es dar a cada cual lo que le corresponde. “Es una manifestación del egoísmo, de no ver al otro. Lo contrario del egoísmo es la solidaridad, tener en cuenta a mi prójimo”, mencionó.
Por el contrario, propuso “la verdadera felicidad” que es la generosidad en desprenderse de la riqueza. La primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3). Señaló que los pobres de espíritu son “los que dependen totalmente de Dios porque son humildes, mansos y tienen solo a Dios en su defensa, no tiene poder, influencia ni ejército”.
Reflexionó que a veces los más generosos son los pobres. “Hay ricos generosos, pero hay pobres que lo poquito que tienen lo dan. Como la viuda del Evangelio. Esa mujer es la representación de los pobres en el espíritu. Es bello porque de lo poquito que tiene, lo da todo. Es la confianza en Dios de que nada le va a faltar”, especificó.
Relacionado a la generosidad, no solamente es dar bienes materiales disponibles sino también es dar tiempo, talento y la propia vida para cumplir la voluntad de Dios, sin esperar nada en cambio. El Catecismo (2544), dicta que el desprendimiento de los bienes materiales no es una opción sino es obligatorio para entrar en el Reino de los Cielos. ■
Enrique López López
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