Me alegro inmensamente cuando me invitan a un aniversario de plata o de oro matrimonial de parejas amigas. A veces parece que estos son animales en peligro de extinción. Son los héroes que mantienen a flote, con muchos dolores a veces, el tesoro del entorno familiar. Merecen de veras esa medalla. Viene a mi mente esa maravillosa cita de Bertold Brecht: “Hay hombres que lucha un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años; son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”.
De esos hablo. Son a quienes la sociedad debe agradecer el modelo de quien se juega la vida por llevar el plan de Dios sobre la pareja hasta sus últimas consecuencias. Los necesitamos como modelos para la juventud que va a optar por esta vocación, y sus modelos no pueden ser los de los faranduleros del momento. Esos son los que deberían llenar las páginas del magazine del Nuevo Día dominical. Me esmero en esas celebraciones por agradecerles a estos, en nombre de la toda la comunidad, su perseverancia. Son los que no huyen, como la gran mayoría, cuando el enemigo ataca de frente. Aguantan la avanzada hasta con heridas sangrientas en su pecho. Son los imprescindibles. Como anécdota gozosa de mi padre recuerdo, en otro tipo de valores, la ocasión en que la teller le dio más dinero del que estaba en el cheque cambiado. Él lo verificó caminando hacia afuera, y volvió a la fila para decirle a la teller : “Creo que te equivocaste”. Palideció la joven, y la gente que oía murmuraba: “De esos no quedan muchos”.
El Señor Jesús presenta su programa de vida, su Reino, de frente y consciente de que no le será agradable a la naturaleza humana. No es fácil oír, como expresa San Ignacio: “Tanto más aprovecharás en la vida espiritual cuanto más salieres de tu propio amor, querer e interés”. Por eso el Señor en su sermón apocalíptico predice: “El que persevere hasta el fin recibirá la corona de gloria”. Juancho se puede apuntar. En su análisis de esposo sintió la amargura de reconocer toda la porquería con que había rellenado su vida. Y eso, dadas las circunstancias en que le ponía un trabajo muy bien recompensado, que le exigía caminar como nómada buscando clientes. Se confesó compungido con su esposa prometiéndole cambió total. Pero a pocos días de regresar del retiro recibió el despido de la compañía. Se hundió en fuerte depresión que le impedía hasta de salir de buena gana a buscar otro sustento. Querer ser bueno le había hundido su bienestar. La tentación de abandonarlo todo era fuerte. Pero aguantó y lloró hasta que apareció un trabajo con mejores condiciones. Esos son los imprescindibles.
Participaba yo en el aniversario de plata de una pareja conocida. Me presentaron a la madre del esposo, indicándome que dentro de poco ellos cumplirían el de oro. “Qué bueno, le expresé, eso hay que celebrarlo”. Me miró con mala cara, hizo el gesto boricua de apretar los labios echando la cabeza hacia atrás, y se largó de prisa sin decir palabra. La compadecí. Tal vez solo bullían en su corazón los sinsabores con que le llenó el viejo. O la amargura que ella misma había acumulado sin darse la oportunidad para remediarla. Esta, diría, fue de las ‘buenas’, pero no de las imprescindibles.
Esforzándome por ser positivo, lo que me cuesta, le predico a los novios el ideal de los que se casan con el sacramento. Les insisto en que es una consagración de vida, para vivir el mensaje de Jesús, no predicando que el amor es lo que salva al mundo, sino viviendo de manera tan intensa el amor humano como presencia divina que la gente perciba que el amor no es una entelequia sino una realidad, digo al final. Si de estas 30 parejas que suben al altar, hay 10 que viven este mensaje y lo evangelizan con sus actos, este país notará pronto la diferencia. Esos son los imprescindibles.
P. Jorge Ambert Rivera, SJ
Para El Visitante