“No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados” (Lc 6, 37).
En más de una ocasión durante su pontificado, el Papa Francisco expresó su oposición a la envidia, los celos, la cerrazón y los chismes. Tan reciente como a principios de año, durante una de sus homilías expresó que los apóstoles tenían muchos pecados pero no eran chismosos, “no hablaban mal de los demás, no hablaban mal el uno del otro […], no se desplumaban”.
Por el contrario, el Obispo de Roma insistió en que: “Si tienes algo contra alguien, vas y se lo dices en la cara o se lo dices al párroco. Pero no entre ustedes. […] Pero lo que destruye, como el gusano, una comunidad son los chismes, hablar a las espaldas. […] Mejor morderse la lengua: se hinchará, pero les va a hacer mucho bien, porque en el Evangelio estos testigos de Jesús -pecadores, incluso que traicionaron al Señor- jamás chismorrearon uno contra el otro. […]”.
De igual modo, el Catecismo de la Iglesia Católica en el #2464 sostiene que: “El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socaban las bases de la Alianza”.
Para Padre Eduardo González Castillo, “el ladrón juzga por su condición”. Aclaró que el chisme se vale de comentarios y criticó la acción de dar por hecho una apariencia como base para sacar conclusiones “cuando los hechos en sí mismos y propiamente no indican nada. Si no gente que hablan desde sus posiciones”.
Advirtió que lo que se lleva por dentro es lo que sale por la boca, y a su vez “lo que abunda (dentro de la persona) es lo que se desborda”. Recordó que “nosotros no tenemos base sólida para hacer juicio sobre otro”, porque nunca tendrá consigo todos los elementos para juzgar, puesto que cada cual ve la cara del otro pero no el corazón. Agregó que: “Ahí es que debemos usar la verdad, que son los hechos concretos, pero para juzgar esos hechos concretos, no tenemos los antes y los después para hacer un juicio equilibrado y esos los conoce Dios”.
El sacerdote criticó el hecho de que en ocasiones ocurre que entre más pecador se es más se juzga. A veces “queremos tirar tierra a los demás, porque si el otro está sucio y yo estoy manchadito, yo me veo limpio con respecto al otro. Entonces yo tiro fango para que el otro esté más sucio de lo que estoy yo”.
En cuanto a cómo evitar caer en el chisme el presbítero recalcó que es deber de cada uno aplicarse la ley y no juzgar. Aseveró que quien critica es porque se cree limpio de culpa y de pecado. Como ejemplo recordó el momento en el que llevaron una prostituta frente a Jesús. “Cuando le dijeron hemos encontrado esta prostituta en flagrante adulterio. Jesús dijo: ‘El que esté sin pecado que tire la primera piedra’. Nadie tiró piedras, lo que hicieron fue que se fueron, empezando por los más viejos, hasta que todo el mundo la dejó sola con Jesús”, expresó.
Enfatizó que Dios dice: “Misericordia quiero”. Explicó que es por eso que el cristiano no puede lanzarse a hacer juicio de nada y “aunque aparentemente sea cierto que estaba en pecado, yo no estoy llamado a juzgar, si no a perdonar, a tener misericordia, a darle oportunidad para que la persona cambie de vida”.
P. Eduardo finalizó con la parábola del hijo pródigo, a quien le dieron la fortuna y la malgastó. Asintió que dicha parábola es un ejemplo para ser misericordiosos en vez de tirar piedras. Ya que lo importante es ayudar a encontrar el amor de Dios y la disposición de la persona para salvar su vida.