El campo, el servicio, el buen humor y el sacerdocio centrado en la comunidad y en los pobres describen a Padre Efraín Zabala Torres, párroco de Santísima Trinidad de Caguas y editor de El Visitante, quien celebró 50 años de vida sacerdotal. Desde su despacho relató su historia en la coyuntura del acontecimiento que marcó su vida.

Entre recuerdos de su niñez rememoró que su padre laboraba en Río Piedras y su madre era natural de Cidra, donde creció como el quinto de seis hermanos en el ambiente campesino y rural de una Hacienda. Nació el 18 de junio de 1939 en Río Piedras. “Me crié en el Barrio Bayamón de Cidra, en la Hacienda Miramontes. Los propietarios de la Hacienda eran dos hermanos alemanes que vinieron a Puerto Rico y se casaron con dos hermanas de la alta alcurnia sanjuanera. Dormíamos entre piñas, toronjas y chinas. Recuerdo el agua pura, la alegría de vivir y el compartir”, recordó entre añoranzas.

La casita de Dios

Así se forjó entre los valores, la faena dura y la floración exuberante y a la vez sutil del campo junto a sus hermanos Teresa, Paco, Ivette, Ramón y Elenita. La belleza de la creación y asistir a la misa en su natal Cidra despertaron en él una fascinación por lo divino. La liturgia en la Iglesia le parecía algo admirable. Una anécdota revela los inicios de su vocación: “Luego de la misa, mi tía me decía ‘en esa casita (el Sagrario de madera en el altar) está el Señor, está Jesús’. Eso caló fuerte en mí. Me impresionaba la misa, los santos y la música”. Los proyectos concretos de estudios universitarios fueron sustituidos por esa búsqueda de Dios y tomó la decisión que marcó el rumbo de su vida. A sus 18 años ingresó al Seminario San Idelfonso de Aibonito.

“Ese amor por la belleza, por la luminosidad y esa trascendencia en el sentido eclesial me movieron a tomar la decisión de entrar al Seminario”, sostuvo P. Zabala.

Siempre anheló servir al prójimo en su tierra, ser sacerdote para la Diócesis de Caguas. Fue l testimonio observado desde niño en el Padre Berríos, párroco en Cidra, que con su sotana negra pasaba horas frente al sagrario acompañado de la gente.

De San Idelfonso, donde estuvo 4 años, recordó una formación privilegiada por parte de los padres jesuitas, la buena disciplina y la educación de altos estándares centrada en el servicio. Posteriormente, en Regina Cleri en Ponce estudió junto a Mons. Hermín Negrón,P. Mendoza, Mons. Ulises Casiano y P. Jaime Vázquez, entre otros. Vivió los cambios del Concilio Vaticano II.

El 17 de junio de 1967 fue ordenado sacerdote bajo la imposición de manos de Mons. Rafael Grovas Félix, primer Obispo de la Diócesis de Caguas, en la Catedral. Sus cinco hermanos estuvieron presentes, al igual que Mons. Antulio Parrilla Bonilla, S.J., seminaristas y fieles de las parroquias donde estuvo en asignaciones pastorales. La ceremonia inició a las 4:00 de la tarde con pleno sol y tremendo calor; finalizó a la luz de los ciriales a eso de las 8:00 de la noche. Junto a Padre Zabala se ordenaron otros dos compañeros de estudio, P. Carlos Valle y P. Antonio Hernández. Ese día, hace 50 años atrás, marcó la vida de P. Zabala. Rememoró estremecerse postrado en el suelo durante las letanías de los santos. “Sentí el corazón bombeando rápido allí -postrado- en el piso frente a todos. Darle la comunión a mis hermanos, a mis amigos, a la gente, fue muy especial”, dijo.

“Ese día me marcó”

Posterior a su ordenación estuvo un tiempo corto en Barranquitas para luego dedicar estudios en Teología Dogmática en la Universidad de Lovaina en Bélgica, esto en plena aplicación de los cambios del Concilio en Europa. Sobre esos tiempos de cambios en la Diócesis de Caguas sostuvo que Mons. Grovas se adaptó muy bien con fuerza y entendimiento. “Gracias a su persona, su mentalidad y conocimiento nos transformó. Vivíamos muy cerca de él añorando ser tan preparados y tan puertorriqueños como él”, articuló.

Regresó para la parroquia San José de Aibonito y años más tarde pasó a la parroquia Sagrado Corazón de Jesús en Beatriz, Caguas, donde dedicó 15 años de ministerio. “Teníamos las fiestas al patrono dentro de las limitaciones propias del barrio y a la gente le encantaba. Nos poníamos a pintar la iglesia y venía un aguacero de El Yunque y se nos escurría la pintura por el suelo. Se iba el aguacero y volvíamos. Todo el que quería ayudaba. Cuando salí dejé siete pares de zapatos llenos de pintura y tierra, la gente los veía y se ponían a llorar…”, evocó entre emociones.

Luego pasó a un tiempo en El Visitante mientras colaboró con el Seminario Diocesano, posteriormente unos 5 años en la parroquia Perpetuo Socorro de Caguas y a su actual parroquia Santísima Trinidad en Hormiga, Caguas, donde ha cosechado el cariño de la gente por casi dos décadas.

Quehacer editorial

Una mañana escuchó en una emisora de radio que Leslie Halley, director de El Visitante en el 1979, se reunió con los Obispos y que ellos se harían cargo del periódico con P. Félix Struik como editor. “Pensé, me encantaría trabajar en  El Visitante. A los pocos días me invitó Mons. Grovas a representar la Diócesis de Caguas en el semanario. Primero nos reuníamos siete sacerdotes y nos turnábamos las secciones. Escogí siempre el editorial”, articuló desde su escritorio parroquial entre papeles y libros.

Cuando culminó Fray Struik, sus labores como editor, Mons. Casiano presentó como candidato a P. Zabala que ha cosechado más de 30 años como editor. En un principio fue una noticia halagadora para él, pero también representó un reto. “Fue algo tremendo para mí. No comprendí hasta que  P. Félix me llamó y me preguntó: ‘¿Cómo estás en la silla caliente?’. Caí en cuenta lo que representaba esto”.

Se acordó que semana tras semana visitaba la oficina del Cardenal Luis Aponte Martínez para que las páginas pasaran por su ojo clínico en revisión rutinaria antes de la publicación. Como él mismo cuentó el Cardenal “quería ver el periódico, lo hojeaba, nunca cambió nada trascendental, solo algún detallito y eso nos hacía sentir muy bien porque se hacía partícipe del proyecto”.

Sobre los editoriales semanales explicó que mientras van pasando los días, con oído en tierra, lee noticias y se prepara. Incluso la gente le da ideas. Argumentó que lo importante es cumplir con la finalidad del semanario que es instruir en la fe e informar con el reto de dar ángulos diversos al pensamiento católico. Aunque la clave para él es: siempre fascinarse por nuestro Señor Jesucristo.

A los lectores, dedicó estas palabras: “Mi cariño sincero, mi bendición fraterna, mi presencia siempre. Me preparé como sacerdote para dar luz, entusiasmo, alegría y fomentar la comunidad puertorriqueña; Puerto Rico es lo mejor que tenemos”.

Palabras…

En reflexión sobre el significado de la palabra, con el tono de un poeta la comparó con un “cause la espiritualidad, de comprensión mayor del ser humano para los demás y para su ambiente”. Todo sacerdote debe ser poeta, dijo con su mano en las Sagradas Escrituras, porque tiene que organizar la Palabra de Cristo que es el poeta mayor. Esa inspiración solo proviene de la palabra vivida, la palabra amplia que no se limita a encasillados sino que mueve el alma y enseña. Sobre la Palabra explicó es lo revelado, es la bella palabra de Dios misericordioso y tierno. “Sin Dios no hay verdad absoluta ni relativa. En la Palabra todo es Dios, todo es amor, todo es verdad”, verbalizó.

Resumió su ministerio sacerdotal en una frase:“en justicia, un tiempo de felicidad y alegría, dentro de las vicisitudes y lágrimas que inevitablemente aparecen”. Con humor y don de gente, lanzó la semilla de la fe por los campos de la Diócesis, porque la vida sacerdotal es una entrega y servicio. Agradeció a Dios por todo lo recibido, por la bendición de gozar de buena salud y de la fraternidad de sus hermanos sacerdotes.

Sobre su querida Diócesis recapituló haber conocido una Diócesis pobre,  detrás del Obispo y una Diócesis discípula, actitud tan necesaria e importante en la actualidad. Pero, en realidad es la gente la que lo ilumina desde el amanecer hasta el anochecer. Esa interacción le da vida con los reclamos de la gente, la participación, los abrazos y el siempre poder distinguir al más humilde, al más necesitado y al más pobre. “Con eso tengo para el día de hoy”, concluyó.

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