“La Verdad”, es la reproducción de un ensayo que nuestro Beato Carlos Manuel Cecilio Rodríguez Santiago (Fiesta Litúrgica el 4 de mayo) escribió cuando cursaba el Español Básico, Sección 23, en la Universidad de Puerto Rico, el 23 de abril de 1947.
Tantas ausencias debido a su enfermedad, levantaron dudas en una profesora de español sobre la autenticidad de sus exámenes y de sus excelentes composiciones. Le pidió que escribiera una composición en su presencia y el resultado fue el escrito “La verdad”, hecho en por puño y letra, en el que describe las características de ese principio:
La verdad es una gran señora. Es una dama única de alta alcurnia, de noble estirpe. Es sencilla. Se adorna con dos joyas que lleva siempre prendidas al pecho. Estas son símbolos de cualidades intrínsecas suyas.
Una de estas joyas es clara y transparente como el agua del manantial, como el cristal incoloro. Solo a través de ella puede captarse y verse la realidad objetiva. Es una joya muy rara y desconocida, lo cual hace que la mayoría no sepa aquilatarla en su justo valor. Se llama la humildad.
La otra es roja como el rubí. Es la caridad, el amor. El amor genuino no puede existir si no procede de la verdad. La verdad ama al equivocado, aún a aquel que de ella se burla, la persigue y cual madre cariñosa quisiera traerlo a su seno para alimentarlo con su substancia pura y sin mezcla de contaminación. Quiere, se desvela, se afana por darle la vida genuina y la vista intelectual de la cual este carece. Ella ama al equivocado como solo una madre verdadera puede hacerlo, pero no transige con el error. No puede hacerlo, su misma esencia peligraría. Dejaría de ser lo que es si llegara a contemporizar con el error. Ella no conoce las transacciones de conveniencia. No quiere, se opone, resiste a hacer concesiones. ¿Orgullo? ¿Terquedad? ¿Estrechez? No, no puede ser. No es eso.
La verdad es humilde, porque la humildad verdadera germina en la verdad. La verdad es firme, segura, equilibrada, mas no terca. Ella es amplia como el infinito porque todo lo abarca, pero es una.
El error sí es orgulloso. La soberbia es su esencia. El error es atrevido, irreverente, jactancioso, burlón. No quiere darle paso a la verdad porque sabe que con esto firmaría su propia sentencia de muerte. Es que la verdad posee tal semblante, que una vez contemplada arrastra en pos de sí al privilegiado que pudo tener la dicha de verla. El error es terco y estrecho, pero es múltiple. El error confunde y engaña a las mentes pequeñas y a veces, con harta frecuencia, para desgracia, a muchos no tan pequeños. Esta es su misión, su razón de ser. Su multiplicidad, sus concesiones, confunden. Se llega a creer que por ser múltiple, el error es la libertad. Se llega a pensar que aceptar algo único, algo que excluya lo contrario, lo truncado, lo amalgamado, es una limitación.
En apariencia la verdad limita: la verdad en apariencia pero liberta, da vida, une firmemente. Es siempre interesante y nueva.
El error es siempre opresor y tirano. Sus concesiones son la emboscada que utiliza para engañar y atraer a los incautos. El error es monótono. No une, sino que amalgama lo que es contradictorio entre sí.
Quien con el error transige no ama la verdad, no la conoce. El horror a lo falso es la clave del amor a la verdad. Quien no ama la verdad por encima de todo y a costa de todos los contratiempos y sacrificios, no merece encontrarla ni conocerla. No podemos hacer concesiones de la verdad, no podemos truncarla por una falsa idea de tolerancia, porque no la hemos creado nosotros, no nos pertenece en ese sentido. Hay que aceptarla como es.
Por amor a la verdad atrevámonos a todo sin olvidar que no hay verdad sin caridad, no nos atrevamos a nada que favorezca el error.
(Obispado de Arecibo)