«Hoy celebramos la Santísima Trinidad el misterio del único Dios en tres Personas: Padre e Hijo y Espíritu Santo. Es un misterio inmenso, que supera la capacidad de nuestra mente, pero que habla a nuestro corazón, porque lo encontramos encerrado en aquella frase de San Juan que resume toda la Revelación: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). En cuanto amor, Dios, aunque es uno y único, no es soledad sino comunión. El amor, en efecto, es esencialmente don de sí mismo, y en su realidad originaria e infinita es Padre que se da generando al Hijo, que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo, vínculo de su unidad».
«Este misterio de la Trinidad nos fue develado por el mismo Jesús», «Él nos hizo conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso; se presentó a sí mismo, verdadero hombre, como Hijo de Dios y Palabra del Padre; habló del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, Espíritu de la Verdad, Espíritu Paráclito, es decir, nuestro Consolador y Abogado. Y cuando se apareció a los apóstoles después de la Resurrección, Jesús los mandó a evangelizar “a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, (Mt 28,19).
Por eso, la misión de la Iglesia y, en ella, de todos nosotros, discípulos de Cristo, es hacer que cada hombre y cada mujer puedan «sumergirse» en el amor de Dios y recibir así la salvación, la vida eterna.
La fiesta de hoy, “nos hace contemplar este maravilloso misterio de amor y luz del que procedemos y hacia el cual se orienta nuestro camino terrenal. Al mismo tiempo, nos invita a fortalecer nuestra comunión con Dios y con los hermanos, bebiendo de la fuente de la Comunión Trinitaria”, (Papa Francisco, 3 de mayo de 2021).
Creemos en un Dios que se nos manifiesta como dijeron nuestros antepasados en la fe en el siglo VII; “como comunidad de amor, como el Dios solo, pero no solitario, que actúa gratuitamente en favor nuestro”.
“¡Oh, Trinidad! Tu eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te encuentro, ¡más te busco todavía! De ti jamás se puede decir basta. Tu eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás”, (Santa Catalina de Siena).
Padre Obispo Rubén González
Obispo de Ponce