Isaías, en nuestra primera lectura, le indica a Israel que la salvación no es exclusivamente para ella, sino que, Dios llama a todos los pueblos al banquete de la salvación.

San Pablo, en la Carta a los Filipenses, nos indica a los cristianos que debemos de saber vivir tanto en la abundancia como en la misera para que, en los momentos de carestía, no nos desesperemos.

Jesucristo, en el Evangelio de San Mateo, nos presenta al cielo como la Fiesta de Bodas del Cordero, a la cual todos están invitados pero que, no solamente muchos rechazarán, sino que los poquitos que vienen tienen que estar vestidos con el vestido de la gracia.

Siento un poco de debilidad por la Carta a los Filipenses.  Cuando pasó el huracán María, comenzábamos a meditar esta carta en nuestras segundas lecturas de aquellos días difíciles y esta carta, fue no solamente un bálsamo sino también un ánimo en el momento en que estábamos pasando.  Por ejemplo, esto que nos dice San Pablo de que es capaz de vivir en la pobreza y la carestía nos animaba a nosotros a perseverar precisamente en un momento en que todo Puerto Rico estaba pasando por un momento de pobreza y carestía.  Parecía decirnos que si él, con la ayuda de Dios, podía superar una situación de miseria, nosotros lo podíamos hacer también porque contábamos con ese mismo Dios.  Y lo hicimos.  Debe de ser, por tanto, esta experiencia de resiliencia que vivimos como pueblo, lección para futuros momentos de carestía.

Lo que dice Isaías en la primera lectura de hoy, fue un impacto, una bofetada para el pueblo de Israel.  Para un pueblo que se preciaba como el pueblo escogido de Dios, la porción de su heredad, Isaías le anuncia que la salvación no es exclusiva de Israel, sino para todos los pueblos de la tierra.  El papel de Israel es de anfitrión, de anunciar a Yahveh a todos los pueblos de la tierra para que se salven.  Es curiosa la imagen que Isaías nos presenta del cielo: un banquete en el cual hay todo tipo de manjares, un lugar para estar feliz.

Jesucristo también nos presenta el cielo como una fiesta, pero una fiesta en particular: el festín de bodas del Novio.  Jesucristo es ese novio y la fiesta en una fiesta en su honor.  La imagen del novio es una de las imágenes favoritas de Jesús para representarse a sí mismo (esa es una de las razones del por qué los sacerdotes somos hombres, porque representamos al novio Jesús, mientras que la novia es la Iglesia).  Esta imagen del novio también la utilizarán San Pablo, sobre todo en la Carta a los Efesios, y San Juan en el Apocalipsis: Jesucristo es el novio y la Iglesia es la novia y, por tanto, este es el banquete de bodas de Jesucristo con su novia la Iglesia, en la cual la humanidad entera está invitada.  De la misma manera que el pueblo de Israel tenía la responsabilidad de anunciar a Yahveh a todos los pueblos, la Iglesia lo tiene que hacer.  Hay un requisito para entrar a esta fiesta: el vestido de bodas que tenemos todos que vestir, que es la santidad.

Padre Rafael “Felo” Méndez

Para El Visitante

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