Contexto
De camino hacia el fin del año litúrgico, en este año tan difícil, por la prolongación de la pandemia, la crisis económica que tampoco termina, etc. nos anima lo que nos recalca la Palabra desde el domingo pasado: el amor que debemos a Dios y el de Éste a nosotros. Hoy ese amor que debemos dar a Dios se manifiesta en el ejemplo de dos viudas pobres (cf. 1 Re 17,17,10-16; Mc 12,38-44), y el amor de Dios a nosotros sigue expresándose en el misterio del sacerdocio de Cristo (Heb 9, 24-28). Todo ello es, sin duda, motivo de alabanza (Sal 145).
Además, en preparación a la Jornada mundial de los pobres, el próximo domingo, y a la fiesta de nuestra Patrona, María, Madre de la Divina Providencia, la mesa de la Palabra de Dios nos enriquece grandemente.
Reflexionemos
El ejemplo de las viudas tanto en la primera lectura como en el Evangelio nos enriquece.
La primera lectura nos presenta una viuda, que llena de fe, obedeció al profeta Elías, olvidándose de su pobreza y necesidad, da de comer al profeta. Así también, una viuda pobre llama la atención de Jesús al dejar su donativo en la alcancía del templo.
Nos dice el Papa en el mensaje para la próxima jornada de los pobres que a los “a los pobres los tienen siempre con ustedes” (Mc 14,7). En este caso alude a una mujer que gasta una gran suma de dinero en un costoso perfume para ungir los pies de Jesús, dándonos también una gran lección.
El Papa nos anima a no acostumbrarnos a los pobres, los tendremos siempre, pero ello no debe anestesiar nuestra preocupación y atención a ellos. “…su presencia en medio de nosotros es constante, pero que no debe conducirnos a un acostumbramiento que se convierta en indiferencia, sino a involucrarnos en un compartir la vida que no admite delegaciones. Los pobres no son personas “externas” a la comunidad, sino hermanos y hermanas con los cuales compartir el sufrimiento para aliviar su malestar y marginación, para devolverles la dignidad perdida y asegurarles la necesaria inclusión social.” (Mensaje para jornada de los pobres, 3) Pero también vemos que los pobres nos pueden enriquecer con sus lecciones de vida, sobre todo su confianza en la providencia de Dios, generosidad, etc. como vemos en las mencionadas lecturas ¿Cuánto ayudamos a los pobres y cuánto nos ayudan éstos a nosotros?
De camino a la fiesta de nuestra Patrona, podríamos pensar que Jesús se conmueve ante aquella viuda, que podría ser un recordatorio de lo que vivió en su casa. ¿Cuántas veces María, viuda, echaría limosna en el templo, ayudaría a otros necesitados (como en la boda de Caná, etc.)? María, que supo ponerse en manos de lo que la Providencia divina le pidió, sin duda, actuaría siempre confiando en que la Providencia no permitiría que la faltara nada a ella y a su divino Hijo y por ello sabría compartir con otros desde su pobreza material, pero rica confianza en la Providencia.
La segunda lectura contempla a Cristo sacerdote activamente intercediendo en favor nuestro como el sumo Sacerdote, que se ha ofrecido para abolir definitivamente el pecado y sigue haciendo presente su sacrificio intercediendo ante el Padre por nosotros (cf.Heb 9,24). El Señor en su pobreza material, también supo enriquecernos no sólo dándonos cosas, sino dándose a nosotros y por nosotros.
A modo de conclusión
¿Nos atreveríamos a vivir la confianza en la Providencia divina como lo hicieron la viuda de Sarepta, la viuda que pasó por la alcancía el templo de Jerusalén, la mujer que le ungió los pies en Betania y su madre María?
¿Nos atreveríamos a darle a Jesús, no de lo que nos sobra, sino de lo que tenemos; no cosas, sino a nosotros mismos, así como Él se entregó por nosotros?
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante