En el camino hacia la Luz pascual, la Iglesia hoy nos invita con la Palabra de Dios a comprobar la vista de nuestro corazón y el amor de nuestra mirada. Son tres los protagonistas que llenan este escenario evangélico: Jesús, el ciego de nacimiento y los fariseos.
En primer lugar está el ciego de nacimiento que es visto por Jesús, un invidente que es alcanzado por la mirada de Jesús. No es una ceguera culpable la suya, ni tampoco maldita, cuando su destino último será nacer a la luz. El encuentro con Jesús, sencillamente anticipa ese nacimiento luminoso…Para él fue posible con antelación el encuentro con Aquel después del cual ni la oscuridad, ni la ceguera, ni el mal, ni el pecado… tiene ya la última palabra.
Los fariseos tenían otra ceguera, mucho más compleja y difícil de salvar porque estaba ideologizada, tenía intereses creados, tantos que hasta les impedía reconocer lo evidente: que un ciego de verdad, de verdad veía.…
Ellos determinarán que Jesús no puede venir de Dios cuando hace cosas «aparentemente» prohibidas por Dios por ser en sábado. Se afanan en un capcioso interrogatorio: preguntan al ciego, a sus padres, al ciego de nuevo… pero no quieren oír cuando lo que escuchan coincide con sus previsiones.
Hemos de situarnos dentro de este Evangelio: con nuestras cegueras y oscuridades ante Jesús Luz del mundo. La gran diferencia entre el ciego y los fariseos estaba en que el primero reconocía su ceguera sin más, y por eso acogió la Luz, mientras que los segundos decían que veían y por eso permanecían en su oscuridad, en su pecado. No les bastaba a ellos con estar en la sinagoga, como no nos basta a nosotros con estar en la Iglesia, si no caminamos como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor. Los fariseos sabían muchas cosas de Dios, pero no sabían a lo que sabe Dios; ellos pensaban que veían las cosas en su justa medida –la suya –, pero ésta no coincidía con la de los ojos de Dios. Este es nuestro reto.
Hoy, somos invitados a abrirnos a la luz de Cristo para dar fruto en nuestra vida, para eliminar los comportamientos que no son cristianos. Debemos eliminar estos comportamientos para caminar con decisión por el camino de la santidad, que tiene su origen en el Bautismo. También nosotros hemos sido «iluminados» por Cristo en el Bautismo, a fin de que podamos comportarnos como «hijos de la luz» con humildad, paciencia, misericordia. (Papa Francisco)
Padre Obispo Rubén González
Obispo de Ponce