El Amor es el tema más escrito de todos los tiempos. Ese tesoro invaluable que todo ser humano anhela desde lo profundo y que persigue durante toda su existencia. Una fuerza silenciosa y tenue que atrae y transforma todo y a todos. Tan fuerte que no se quiebra y “todo lo soporta”. Tan veraz y puro que “todo lo cree”. Y tan valioso que “todo lo da”. Al final, sin Amor “nada somos”… Las palabras suenan a prosa sublime y verso sacro. Son ciertas, pero, para alcanzar tal verbo divino, el trayecto cuenta y, como el precioso metal, seremos probados por la llama del amor para ser purificados. Por eso, ese fuego amoroso es paralelo a la cruz. Porque sin sacrificio y sin acciones contundentes, el verbo pierde brillo, sentido y sería como la escenografía falsa de las películas o las promesas exageradas en los gritos del político.
La comercialización insana -que por su naturaleza intrínseca se sirve de nuestros sentidos- busca amoldar, acomodar, idealizar y hasta distorsionar este anhelo sagrado con tal de espetarnos productos y servicios que consumismos. Un amor liquido, acomodaticio, en combo, de precio especial… Es esa actitud golosa e interesada que mata esencias de la que no se salva ni la mismísima cruz -icono del sacrificio mayor-, que para hacerla más estética presenta una sin astillas, barnizada, alargada y delgada, una de moda posmoderna y color de temporada, con curvas ergonómicas, con sensores integrados, balanceada y hasta con gráficos led. Tal vez llegará una de holograma para que ni pese.
No quiero decir que los corazoncitos, los chocolates, las flores, las postales, los presentes, las canciones, la cena romántica y recordar momentos emotivos serían conceptos llanos, acciones vacías o signos de poco significado. El día 14 tal vez se anhela expresar algo, ese me importas, el cariño, la emoción, el afecto o hasta un sincero te amo. Me refiero a que sería más apropiado para el Día del Amor referirnos al camino de la cruz, esa pasión, muerte y Resurrección de Cristo que fueron días de un Amor máximo e insuperable.
Solo atravesando la llama del Amor, que lo transforma y lo convierte todo, se puede vivir las pruebas para ascender por las escaleras bienaventuradas y alcanzar las puertas del Amor, según señaló Jesucristo. Al final, es más valioso concentrar todas las fuerzas en esos tres verbos virtuosos que nos llevan y sostienen por el camino del Amor: creer, esperar y actuar.
Enrique I. López López
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