“¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Aún cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidaré!”, (Is 49,15).

Se sacude el alma y se estremece el corazón ante la ternura inmensa de un Dios que todo lo puede, necesitado de nada ni de nadie, que se atreva confesar su debilidad ante el amor por sus criaturas. Así lo expreso Isaías. Ese es el misterio que ante la condición humana limitada y la inutilidad aprendida de los seres humanos, ni entienden ni saben manejar adecuadamente. Saben amar y amar apasionadamente cuando ese amor es de gratificación personal, les atrae y les arrebata. 

¡Cuántos crímenes y comportamientos aberrantes constatan la ineptitud de lo que son los seres humanos cuando se enamoran! De hecho, en la cobardía machista de la cultura hispana, no hay evidencia de mayor inutilidad que el hombre que en toda su fanfarronería sexual, es incapaz de ser fiel en un compromiso matrimonial.   Ese, el pobre, es un adolescente que se estancó en la etapa de su pubertad. Entre más inmaduro, más ridículo es su comportamiento. Y lo triste es que la mujer que se enamoró de él, lo acepta ciega y continuamente compensa sus burradas. Bueno, pero no es necesario seguir repitiendo lo que todos bien conocen. 

Gratitud, ese sentimiento profundo de ternura, de valoración, de aceptación es uno de los fenómenos más sublimes que distinguen a las creaturas creadas a ‘imagen y semejanza de Dios’. Nace de la condición humana, consciente de su propia grandeza y los límites de su innegable insuficiencia. Es señal de madurez, de capacitación en procesar lo valioso de la vida y de los humanos que acompañan esa vida. Gratitud es solo posible en un corazón que ha conocido el dolor y ha sobrevivido el azote de la indiferencia y rechazo humano. La crueldad de los vivos con los vivos es la prueba más clara del microbio del pecado que todos han heredado. De ahí que la gratitud sea virtud adquirida en el esfuerzo de la sensatez…, más allá de la pretensión dañina que disfraza la inmadurez. 

Eso lleva entonces a descubrir lo que es la experiencia de la ingratitud. Es lo contrario de todo lo que se ha expuesto sobre la gratitud. Es la cosecha de la ineptitud, de una vida que se atrofió en el proceso de desarrollo. Todo lo creado corre el riesgo de la malformación, de no obedecer los designios del Creador. De ahí la grandeza de la fe de los seguidores de Cristo Jesús quienes defienden a brazo partido, la autonomía de las criaturas. Nadie está obligado a nada. Virtud es lo que se escoge libremente en un ideal de superación personal. Es la sabiduría que dicta la lógica de lo deseable, lo correcto, lo adecuado y necesario. 

Ingratitud no es pecado. Lo que es pecado es lo que fluye inevitablemente en la actitud egoísta e indiferente de los que actúan desasociados del amor. El YO es algunas veces tan ignorante e incapaz que no capta su propia estupidez. Entendiendo que estupidez es la inhabilidad de razonar adecuadamente, o según la expectativa del sentido común. Se concluye por supuesto, que la ingratitud en sí, es una de las posibles manifestaciones de ineptitud y de anormalidad. Por supuesto, asociada también con la inmadurez. Penosa es toda persona que indistintamente de su edad cronológica, es incapaz de valorar el amor y generosidad de los que le rodean. 

Mucho se ha hablado hoy en día, de una generación de gente joven, que no habiendo vivido la penuria del ‘no tener y no poder’, son emocionalmente incapaces de sentir gratitud. Son los que muestran síntomas, muchas veces inconscientemente, de que son merecedores de todo. Agrava la situación actual de esa nueva generación, la actitud de unos padre y madres que se sacrifican, a manera heroica, por dar a sus hijos lo que ellos no tuvieron. Ese es un posible ejemplo de lo que conocemos como ‘un mal no intencionado’. Admirable el sacrificio de aquellos progenitores que dan el todo por el todo para que sus hijos no carezcan de nada. Lamentablemente, esa nueva generación queda emocionalmente impedida. Son los que hoy por hoy, se convierten en jefes y empresarios, carentes de compasión y comprensión. Todo es negocio y puro negocio.

Así históricamente, es como se desarrolla la nueva generación de los que conocemos como ‘los milenarios’. Hombres y mujeres de gran éxito en el escenario de la modernidad. Lo tienen todo…, menos lo que es deseable y recomendable para la salud mental. ¿Son incapaces de ser agradecidos? ¿Son la generación de los ‘envidiables ingratos’?

P. Domingo Rodríguez Zambrana, S.T.

Para El Visitante

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