Domingo XXV del Tiempo durante el Año, Ciclo C
Contexto
Si alguna vez ha pensado que la religión, y particularmente la Palabra de Dios, es un conjunto de entelequias imaginarias o una droga que nos anestesia, hoy tenemos un ejemplo de lo realista que esta puede ser. El profeta Amós (8, 4-7) denuncia en sus palabras las injusticias que hay en la sociedad de su tiempo, sobre todo las que atentan contra los pobres y débiles. San Pablo, además de profesar su fe en Jesús, único Mediador entre el Padre y nosotros, nos invita a orar por el bienestar de toda la humanidad, sobre todo de sus gobernantes, para que construyan una mejor sociedad (1Tim 2,1-8).
Finalmente, por medio de una parábola, Jesús nos enseña a usar la astucia humana para administrar bien los bienes materiales y ponerlos al servicio del Reino, así como otros son listos para resolver sus intereses personales (Lc 16,1-13).
Reflexionemos
Si por un lado, muchos critican el cristianismo por estar desarraigado de la realidad, otros llegan a quejarse, no pocas veces, de que la Iglesia se mete en política.
Si bien por un lado el cristianismo, tiene una dimensión trascendental, por otro sería desdecirse no interesarse por todo lo humano (cf. Fil 4, 8), ya que el Hijo de Dios, se hizo hombre y la salvación entró al mundo por la carne. Tan es así que el escritor cristiano Tertuliano, afirmaba ya en el s. III: “Caro salutis est cardo” (“la carne es el quicio de la salvación”).
En fin, que el verdadero cristianismo tiene los ojos en la gloria, pero los pies bien puestos en la tierra. Cerrar los ojos a la opresión y las injusticias, a la corrupción o cualquier otra lacra social no corresponde a la verdadera fe, por más que creamos en el más allá.
En el s. VIII a.C. Amós predicaba con firmeza contra las injusticias que veía en el reino del norte. Las injusticias, que pueden darse en cualquier ambiente social y hasta en la Iglesia, no solo se deben denunciar, sino que se debe edificar al ser humano para que no las haga. Por ello la educación en las virtudes y la oración por quienes gobiernan, como enseña S. Pablo, para que sus decisiones se hagan según Dios, demuestran que ser cristiano supone no enajenarse. Así nos lo recuerda el C. Vaticano II:
“[…] Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que esta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales.
El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él… El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación…” (GS 43).
A modo de conclusión
El cristiano, guiado por el Espíritu, añora el Cielo, pero llegará a Él haciendo una mejor sociedad. Jesús, el Mediador entre Dios y los hombres, no solo nos trae la gracia que santifica, sino la verdad que ilumina, por ello su Evangelio nos exige honradez y justicia en nuestro proceder.
Guiados por su Palabra construyamos un mundo justo, donde las riquezas sean bien usadas y mejor distribuidas. ■
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante