Contexto
Seguimos caminando con Jesús hacia Jerusalén. De camino vamos escuchando las enseñanzas que Jesús ofrece a partir de las eventualidades que encuentra en su caminar (Mc 10, 17-30), lo que nos demuestra que realmente Él es la sabiduría de la que nos hablaba la primera lectura, que es más preciosa que las demás cosas (Sab 7,7-11). El pasaje de la carta a los Hebreos, que comenzamos a leer el domingo pasado, nos enseña que la Palabra de Dios es eficaz, penetrante y conoce los secretos del corazón (Hb 4,17-13). Pidamos al Espíritu que inspiró la Palabra divina, que nos deje tocar por el mensaje maravilloso de la Escritura.
Reflexionemos
¿Qué pedimos hoy al Señor? Posiblemente salud, en medio de esta pandemia; que se recupere la economía, en medio de toda la crisis fiscal que vivimos, sobre todo en Puerto Rico; que podamos volver a hacer turismo, al salón de belleza y al gimnasio sin miedo al contagio, etc. Muchas veces, sin quitar la importancia de lo mencionado, pensamos en lo inmediato y olvidamos lo duradero.
Hoy la perícopa de Sab nos propone algo muy distinto, porque aun cuando pide sabiduría y prudencia, se ve que está orando con ellas. Recordemos que hace unos domingos St 4,3 nos decía que no recibimos porque no sabemos pedir. La oración que nos presenta este pasaje es ideal para enseñarnos cómo orar de vez en cuando, no porque sea malo pedir la solución a cosas inmediatas, sino porque no nos podemos limitar a ello. La sabiduría y la prudencia son mejores que el poder, la riqueza, salud y belleza. Todo eso es bueno, pero pasajero y no redunda, necesariamente, en los beneficios más elevados que nos puede dar la sabiduría. A veces oramos o consultamos la Palabra de Dios, esperando que nos conteste lo que nosotros queremos. Así le pasó a éste que se encontró con Jesús. Hizo una pregunta fundamental: ¿qué hacer para heredar la vida eterna? Pero parece que pensaba que Jesús lo iba a condecorar por decir que ya cumplía los mandamientos o que le respondería lo que él tenía en mente, pero resulta que el Señor esperaba más.
Sin duda, cumplir los mandamientos es fundamental, pero no es lo único para un discípulo de Jesús. La sabiduría y prudencia de lo alto nos llevan más allá. Jesús, que es la Sabiduría del Padre, quiere más. Y no necesariamente más cosas, quiere que vivamos por Él y para Él: “quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio…” y a veces nosotros nos quedamos a mitad de camino. Hay un hilo fino y largo al que estamos amarrados, que parece no esclavizarnos, pero nos esclaviza y al fin no nos deja remar mar adentro. Por eso necesitamos que la espada de la Palabra entre “hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos” para que purifique los deseos e intenciones del corazón, de tal manera que correspondan a los deseos e intenciones del Corazón de Jesús.
Oímos esto y tal vez nos da miedo y pensamos que si le doy todo a Jesús voy a perder, no voy a tener todo lo que quiero y el Maestro bueno nos responde, quien renuncia a todo por mí y el Evangelio “recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna.”
A modo de conclusión
Si piensas que pierdes dejando las cosas por Jesús y dándote a Él, es que no le conoces, porque nadie es más generoso que Él, que ha dado su vida por nosotros, y no sólo te dará lo inmediato, sino lo eterno. Entrégate a Jesús y si se te hace difícil pídele que con la espada de su Palabra dé un buen tajo a lo que te tiene amarrado para que te libere.
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante