En sus parábolas, Jesús advierte a sus discípulos que seguirle requiere esfuerzo y sacrificio. Contrario a los líderes tradicionales, no promete gloria ni tesoros inmediatos. En Lucas 14, 25-27, Jesús nos pide un amor más grande que el que podamos tener a la familia y hasta a nuestra propia vida. Anticipando su propia entrega, nos llama a cargar cada uno con su cruz y seguirle. Al discípulo se le requiere iniciar un camino de conversión que implica una entrega total. Por eso Jesús insiste en que, para ser buen discípulo hay que sopesar el costo de seguirle y compararlo con la recompensa que se espera. En las palabras del evangelista Lucas: comenzar a construir conociendo todo lo que se necesita para terminar nuestro trabajo y así poder terminarlo.

Jesús invita a sus discípulos a seguirlo, no meramente por impulso, porque sus palabras brinden consuelo, porque sane de las enfermedades o porque haya alimentado a miles. El Evangelio de Jesús, no es solo el de los panes y los peces, sino que alcanza su verdadera fuerza en la cruz. El discípulo debe tomar conciencia de que seguir a Jesús costará un precio: defender su palabra, vivir su doctrina, imitarle en todo. Seguir a Jesús es un reto, como se lo indica al joven rico: “Ve pues vende todo lo que tienes dáselo a los pobres, así tendrás tesoros en el Cielo. Después ven y sígueme” (Mc 10, 21-22). Lo que Jesús pide es una entrega total, que acepte el sacrificio como parte del seguimiento a Él.

La Doctrina Social de la Iglesia orienta la vida social del discípulo de nuestra era ofreciéndole criterios morales y guías de actuación que permitan obtener cambios sociales, que construyan una sociedad más acorde con los designios de Dios. Es una orientación que responde a la conversión interior de la persona (Compendio Doctrina Social, 42). Asumir un compromiso total con Cristo, siempre ha de manifestarse en relaciones sociales orientadas a la justicia, la verdad, la libertad y a la caridad.

La entrega del discípulo, nace de la convicción de que al darnos a Dios, solo le devolvemos lo que le corresponde, porque todo nos viene de Él: nuestra vida, las personas queridas y todo lo que poseemos. Esa concepción del discipulado se plasma en la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente cuando nos llama a reconocer que todos los bienes materiales han sido destinados para el uso de todos (destino universal de los bienes), nos invita a una solidaridad, no solo a nivel comunitario, sino también a nivel mundial y nos invita a ordenar la vida económica y política de acuerdo con el principio de participación, con miras al bien común. La Doctrina Social establece la necesidad de instaurar una civilización de amor, que supere el egoísmo y la obsesión por los bienes materiales. Nos inspira a una vida de entrega a los demás (CDSI 581-583).

La Doctrina Social de la Iglesia promueve una radical renovación personal y social capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia. El magisterio de la Iglesia nos advierte que: “Ciertamente es largo y fatigoso el camino que hay que recorrer, muchos y grandes son los esfuerzos por realizar para que pueda darse semejante renovación” (CDSI, 577). Ante semejante tarea es necesario recordar que si bien Jesús nos advirtió que, aunque el camino de seguirle no es fácil, la carga resulta ligera, (Mt 11, 30) si nos apoyamos en Él. El discípulo tiene que prepararse para caminar por un camino estrecho, pero la promesa es un tesoro por el cual, estamos dispuestos a vender todo: su Reino. ■

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Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano
Para El Visitante

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