Todos anhelamos ser felices. Es un deseo que Dios ha insertado en los corazones humanos, porque para eso nos ha creado. Por eso la alegría es un valor importante dentro del Reino del Dios. ¿Cómo alcanzar esa plena felicidad? Los medios de comunicación, orientados por una falsa pretensión de que hay que crear necesidades en el consumidor, nos recuerdan que sino tenemos el carro de último modelo, la ropa de diseñadores o el más reciente modelo de celular, no llegaremos a la plena felicidad. Nosotros, sin tomar conciencia de ello, llevamos a nuestros hijos el mensaje de que es importante que tengan el último gadget electrónico y las tennis que le harán un campeón de baloncesto. El resultado de estos comportamientos es el descontento y la insatisfacción.
Las enseñanzas de Jesús, sin embargo, siempre se orientaron a enseñarnos nuevos valores y sobre todo el valor y la alegría de la sencillez. Darle valor a lo sencillo y prescindir de lo superfluo es la clave de la austeridad. Sin embargo, con la modernidad ha llegado una negación de la importancia de la austeridad, como virtud. Nadie quiere vivir una vida de austeridad, se asocia con la carencia, la pobreza y la desgracia.
La austeridad es una virtud que nos lleva a limitar nuestros deseos y a conformarnos con lo necesario, por eso nos libera del ansia de poseer cosas y nos orienta a buscar lo que es realmente importante. Nos ayuda a recordar que nuestra dignidad como personas no depende de lo que tenemos, sino que es necesario buscar bienes superiores y desarrollarnos a la medida de lo que somos realmente: Hijos de Dios. La austeridad no siempre fue vista como una desgracia. Los filósofos de la antigua Grecia sentenciaban: “La austeridad es una de las grandes virtudes de un pueblo inteligente” (Solón). De igual forma San Agustín que vivió tanto una vida disoluta, como una de santidad, nos dice: “Buscad lo que basta, y no queráis más. Lo de más es agobio, no alivio. Apesadumbra, no levanta”.
La austeridad es un modo de vivir y se demuestra en nuestra cotidianidad: cuidar las cosas, conservar el agua y los recursos, no gastar todo nuestro sueldo y desarrollar un hábito de ahorro, no comprar cosas que no necesitamos realmente, organizar nuestros viajes para ahorrar gasolina, no adquirir lujos. Una vida de austeridad es una vida de moderación y sencillez, que nos libera de la necesidad de tener cosas, de aparentar o de competir con los otros, demostrando que tenemos más y mejores cosas. Ser austero es también saber utilizar nuestro tiempo y no malgastarlo en actividades que no nos ayudan a crecer. Un espíritu de austeridad nos abre a la generosidad y se convierte en solidaridad para con los que carecen de lo básico.
El Papa Francisco nos exhorta a la austeridad como modo de vida. Es una virtud, nos dice, que deben ejercer sobre todo los líderes y gobernantes. En un discurso pronunciado ante líderes políticos y religiosos el 30 de diciembre de 2016, les recuerda que los líderes tienen un
deber moral de austeridad: “Quien no practica la austeridad, que no se meta en política”, advierte el Pontífice, ya que la falta de austeridad promueve la corrupción. Por otro lado, la práctica de la austeridad en el ámbito político, señala el Papa, promueve el bien común.
La verdadera solidaridad entre las personas, nace de nuestra virtud personal de ser austeros, equilibrados, comedidos en la satisfacción de nuestras necesidades.
En esta época de Adviento, reflexionemos sobre nuestro modo de vivir y lo que predicamos con nuestro ejemplo. Aprendamos a ser felices con lo sencillo, aprendamos a compartir y ser generosos. Esa es la clave de la verdadera felicidad. Vivamos la Navidad que se aproxima colocando la importancia en lo que realmente celebramos: Dios con nosotros. ■
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Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano
Para El Visitante