Hay actitudes emocionales que entorpecen tu entrega al cónyuge y al crecimiento como pareja. Hoy te hablo de la autocompasión. Se trata de ese sentimiento de lástima hacia el mal propio. Es cogerme pena a mi mismo. Puede ser que esta sea el resultado de envidiar a los que poseen más bienes materiales que tu, o que te sientas menos que otro, o incluso que el cónyuge. Puede ser resentimiento al no experimentar suficiente alivio a tus penas diarias. Puede ser porque censuras demasiado a los demás, o porque otros no hacen las cosas a tu manera, que para ti es la superior. Puede ser amargura por la soledad sufrida, o porque tu pareja prefiere otro tipo de actividad a pasar las horas compartiendo juntos. Entonces nos lamemos, como el gato.
Diría que este ‘cogerme pena’ proviene de que me concentre solo en los aspectos negativos de la vida. Por ej., cuando pienso que nadie sufre un problema tan grande como el mío, esto me da abundantes razones para tenerme lastima, para ofenderme por lo que logran los demás, y para reprochar a los otros por sus errores y defectos, empezando primero por mi cónyuge. Y qué curioso: Cuando me quejo de la opresión y los ultrajes recibidos, los agrando para que se tornen más perturbadores y razón adecuada para tenerme lástima. Me doy a la tarea de criticar, obteniendo como resultado el desplazamiento del amor. Con esto me compadezco, porque la gente no responde en la forma en que quiero.
Comienza así la rueda a dar sus vueltas: aparento ser valiente o débil en extremo, esperando recibir expresiones de simpatía, que animen mi yo afectado de autocompasión, sin pensar que con ello solo consigo debilitar mi carácter y destruir mi dignidad. O me resiento por la suerte que me ha tocado. O busco victimas expiatorias para echarles la culpa de todo lo que me ocurre. Culpo a los demás –primero a mi cónyuge- de cosas insignificantes, pero paso por alto mis grandes defectos. No vacilo en captar y sopesar los sufrimientos que otros me causan, pero no me importa lo que los demás puedan sufrir por culpa mía.
Cómo saber si me estoy autocompadeciendo? Si reconozco en mi vocabulario expresiones como estas: “Pobre de mi” “Dios nunca se acuerda de mi” “Nadie me ama” “Nadie me comprende” “Tu no te compadeces de mi” ” Nadie sabe lo que estoy sufriendo” “Esto solo me pasa a mi” ” Yo me mato trabajando y no me lo agradeces” “Si no lo hago yo, se queda sin hacer” “Que miserable soy” “Yo nací estrellado” “Mi vida no vale la pena” “Por tu culpa yo…” Todo buenas frases para componer un bolero de tríos.
¿Puedo dejar de sentir autocompasión o evitar sentirla? Claro que si! Puedo lograrlo, si aprendo a no exagerar los problemas; si utilizo mi libertad y no me dejo ofender por nada de lo que la otra persona pueda decir o hacer; si aprendo a no pensar en los defectos del prójimo y me concentro en ideas positivas, para que estas tengan efecto en mi vida. Si me convenzo de que mi riqueza es la misericordia divina que continuamente Dios me muestra, aun sin yo darme cuenta. Y que todo es gracia! No seré lo mejor pero soy amado!
Ya el profeta Jeremías se admiraba de lo complejo que es el corazón humano. Quién lo podrá comprender, exclamaba. En una relación matrimonial muy profunda la buena terapia empezaría por lo que el cónyuge reflexiona y aporta. Después de todo esa persona es la que más sufre – y luego gozará- las miserias, y la superación, de tu corazón humano.
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante