Alegría, entrega, cercanía, servicio, pasión por la misión. Eso grita la vida y la sonrisa de Sor María Judith Maldonado Lazú, OP, y Sor Maristella Maldonado Lazú, OP, quienes vinieron al mundo compartiendo el mismo vientre, y luego, también, la misma vocación y el mismo Esposo que a cada una ama de forma personal y con la totalidad de su amor.
Son hermanas gemelas y pertenecen a la Congregación de las Hermanas Dominicas de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, a cuya familia religiosa ingresaron a la edad de 19 años. Hoy, ya tienen 55 y están por cumplir 37 de vida consagrada.
Sus padres, ambos puertorriqueños, pero ellas nacieron en Hartford, Connecticut, siendo la mayor Sor Judith quien nació cuatro minutos antes que Sor Maristella. Con algunas mudanzas permanecieron en Estados Unidos hasta que llegaron con su madre a Puerto Rico cuando les tocaba iniciar la escuela superior.
Ya para ese tiempo, la opción de abrazar la vida consagrada no estaba tan presente; los amores de la adolescencia habían acallado lo que, para ellas, fue la primera llamada de Jesús que, según contaron en entrevista con El Visitante, tuvo lugar cuando recibieron la Primera Comunión a la edad de 7años. Además, el contacto que, en ese entonces, tuvieron con las hermanas Oblatas de María Inmaculada, significó su primer acercamiento a la vida consagrada femenina y sus corazones no quedaron indiferentes ante aquella experiencia.
Estando en Puerto Rico, conocieron la Congregación a la que hoy pertenecen y “aquella chispa volvió a encenderse”, coincidieron las hermanas. Al hablarlo, se dieron cuenta: “el corazón latía al unísono, con el mismo llamado”. Aquel era el estilo de vida, el Amor y el carisma que anhelaban.
La espera se extendió hasta su tercer año de universidad, pues el consejo de la Congregación fue conocer otras comunidades religiosas e iniciar la experiencia universitaria. Por fin ingresaron con las hermanas un 9 de agosto. Estando con ellas completaron su bachillerato y, luego, su Maestría en Trabajo Social Clínico.
Contaron con la gracia de conocer a su fundadora, la Sierva de Dios, Madre Dominga Guzmán, OP, a quien recuerdan con profundo cariño y aseguran: “era verdaderamente una madre”.
Desde el carisma propio de su Congregación que consiste en la evangelización de las familias, cada una ha ido descubriendo un área de misión que le apasiona de forma especial. “A mí, los jóvenes”, dijo Sor Maristella. “A mí, la catequesis y los matrimonios”, manifestó Sor Judith.
Asimismo, cada una procura vivir con intensidad y fidelidad el lema de vida que han elegido como consagradas. “Yo quiero ser alegría de Dios”, expresó Sor Maristella con una gran sonrisa y con ternura. Mientras que el de Sor Judith es “amar como Dios ama, hasta las últimas consecuencias del Amor, la cruz”.
Con relación a lo que ha venido a significar para cada una la vida consagrada, Sor Maristella insistió en responder primero y dijo: “Para mí la vida religiosa ha sido lo mejor que ha sucedido en mi vida. Es alegría, es servicio, es entregarme a Jesús por completo, es ser de Él y sólo para Él, soy su esposa y lo amo con toda mi vida”.
Sor Judith, por su parte, expresó: “Para mí la vida religiosa es una familia porque yo dejé mi familia en mi casa, pero yo llegué a una familia. Es decir, sí cada día, porque igual que en todo tipo de vocación hay días alegres y hay días menos alegres, pero uno lo vive desde el llamado que el Señor le hace”.
Actualmente, Sor Judith es la Secretaria General y una de las Consejeras de las Hermanas Dominicas de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, y Sor Maristella funge como Coordinadora de la Pastoral Familiar Congregacional y es la ayudante de su hermana en su labor de secretaria. Ambas residen en Guánica.
Las dos han brindado servicios en varios lugares en Puerto Rico y fuera de la Isla, siempre con el deseo genuino de ser fieles a Dios hasta el final, de amar y servir a todos con alegría, y eso, con sólo verlas, ya es evidente.
Vanessa Rolón Nieves
Para El Visitante