Lo virtual y lo presencial son separados por un abismo con la misma distancia entre el dicho y el hecho. Es la diferencia entre la intención de un “abrazo virtual” y el caluroso abrazo de una madre al encontrar a su hijo luego del viaje educativo. Pero, ¿qué hay de malo en el mundo virtual? Lo mismo que en el mundo real: la distorsión, la división, la manipulación y el látigo de los pecados capitales que se traspasan a esa virtualidad. Revisemos por un momento cómo opera el algoritmo de las redes sociales para comprender cómo una actitud se pudiera radicalizar.

El plano digital desea influenciar en las decisiones. Los algoritmos de las distintas redes sociales analizan cada interacción de los usuarios para intentar determinar preferencias y desagrados. Le regalamos al mundo virtual nuestros gustos y disgustos. El algoritmo de las redes sociales identifica, procesa y amplifica esta información provocando que nos aferremos más a las preferencias. Y esto, poco a poco, pudiera radicalizar al usuario creándole una ilusión de que sus preferencias son “verdades escritas en piedra”. El que le gustan los gatos y le molestan los perros terminará amando terriblemente a los felinos y, quien sabe cuál será su opinión de los pitbulls; que tienen mala fama y no tienen la culpa de su linaje al nacer. ¿Y el que piensa distinto? ¿Y el pudiera convertirse en racista o fanático político? A este punto, ya la violencia virtual entró en la dinámica. Por eso existe tanto odio y faltas de respeto en las redes. 

¡Alerta! No he dicho que en la interacción en las redes no se puede discrepar con respeto, pero ese argumento abre paso tímidamente ante las palabras violentas ganan atención en Twitter y Facebook (¿y qué hace el algoritmo con algo que gana atención?) porque hay gran probabilidad de que llegue un si no te gusta, no me leas, una acusación, un ataque o un comentario censurable. No quiero una mala interpretación, la virtualidad es una herramienta muy útil y mediante el uso de tecnologías se han podido lograr tantos avances para el bien común que su presencia cambió y seguirá cambiando la vida cotidiana.

¿Y si aplicamos el tema de la vivencia de la fe a las redes? Cada mensaje que escribe debería estar revestido de la misericordia de Jesucristo, que caracterizó su discurso público y es su carta de presentación a la humanidad. Por ello saltan las preguntas de autoevaluación: ¿Soy católico en mis redes? ¿Promuevo la paz? ¿Qué promuevo? ¿Soy misericordioso? ¿Ayudo a edificar un mundo mejor? ¿Respondo como Jesús respondería? ¿Los demás ven a Jesús en mí? ¿Se puede discrepar…? 

Enrique I. López López

e.lopez@elvisitantepr.com 

Twitter: @Enrique_LopezEV

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