Julie, como se le conocía, nació en la Provincia de Pinar del Río, Cuba, donde vivió en una familia de seis hermanos. En 1961 se exilia a Puerto Rio. Aquí vivían ya dos de sus hermanas. Fue tiempo de escasez y dolor, y ganaba su vida como costurera. Ya entonces era catequista en lugares pobres. Y, como Congregante Mariana en La Habana, fundó aquí un grupo de muchachas puertorriqueñas, “La Rosa Mística”, para ser congregantes; luego siguió en la renovada Comunidad de Vida Cristiana. Trabajó de secretaria para el Mundo Mejor, que dirigía en Abonito el P. González Posada. Desde entonces estuvo envuelta con los Padres Jesuitas, sobre todo como secretaria, consejera, charlista, catequista, etc. en el Centro Católico Universitario. Fue corazón de esta obra hasta el año 2002. En esos años fue también la secretaria de Renovación Matrimonial que había salido de Abonito en 1984. A Renovación Conyugal dedicó 18 años, sin cobrar; decíamos que ella pagaba para que la dejaran trabajar.
Siendo autodidacta, y participado en talleres de formación teológica por su cuenta, manifestó una admirable obra evangelizadora: daba retiros en parroquias, dirigía la formación de catequistas en la Vicaria de Catequesis en Río Piedras, consejera en grupos de jóvenes que asistían al CUC, capellana en la Cárcel Federal de Guaynabo a través de la Fraternidad Carcelaria (protestante), labor ecuménica. Donde se sentía más a gusto era en las parroquias pobres, como la de Las Monjas, donde sirvió desde 1976.
Sus virtudes principales eran: acogida amorosa y consoladora con todo el mundo, austeridad en su estilo de vida (no gastaba en ella: se cosía su ropa, nunca fue a un salón de belleza -ella misma se arreglaba muy bien-, muchos años sin tener televisor, ni lavadora de ropa, con dos ollas y un sartén se arreglaba en la cocina). Su dinero era para limosnas calladas en muchas obras; decía que tenía ‘un fondo misterioso’. En su trabajo, gerente de Autogrupo, cuando aparecía un cliente enojoso se lo confiaban a ella para calmarlo; impactaba su figura menuda, su servicialidad alegre, su sencillez. La rodeaba un aura de misterio.
Su gran ejemplo fue su forma de manejar las duras enfermedades que le azotaron. Nunca le oímos queja. Fue un cáncer que se regó poco a poco; pasó por cuatro operaciones durante unos quince años. Al terminar una primera sesión en que el médico le recetó una pastilla para tomarse solo por cinco años, fue edificante cuando el médico le dijo “no tengo más que darte; ponte en las manos de Dios” y ella “en esas manos he estado desde el comienzo”.
En junio del año 2012 fue tan grande su dolor que llamó a un amigo que la llevara al hospital. Fueron muchos días hasta que al comienzo de julio le enviaron a morir a casa de su hermana. Le preguntó al médico: “Y cuánto tiempo me queda?”. Respondió: “Dos semanas”. Dijo: “quiero morir en un día de la Virgen o en el del beato Charlie”. Duró una semana; era primer sábado de mes: 7 de julio del 2012. Su agonía fue edificante. Se iba en coma, despertaba, miraba con dulzura a los que estaban a su alrededor y volvía a su sueño. Fue edificante cuando llamó a la encargada de cuidarle para, casi con lágrimas, agradecerle tanto servicio que le habían dado. En su agonía había pedido que le cantásemos en latín la salve. Así se hizo.