Mi pregunta es, ¿quién les ha dado a las mujeres el derecho al aborto? ¿la naturaleza humana? ¿el Creador? o ¿ha sido fruto meramente de una ley humana, promulgada por un gobierno? Me gustaría saber en qué se basa o fundamenta dicha ley humana, o, en otras palabras, quién le ha dado poder a un gobierno para declarar como “derecho” el que las mujeres puedan abortar.

Se dice que la mujer tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Pero ¿qué significa esto? ¿Qué puede cortarse un brazo, o la mano, o hacer lo que le plazca con su propio cuerpo? Ciertamente que no es eso, espero que así sea, lo que quieren expresar. Siempre entendí, y defiendo el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, a protegerlo, defenderlo y mejorarlo; pero  nunca a mutilarlo.

Pero si no pueden cortarse el brazo o la pierna, o la mano, ¿quién les da la autorización para desprenderse de un ser vivo, del ser humano en formación, que llevan dentro de sus entrañas? ¿de un ser al que no pueden matar una vez salido de su vientre, pero del que sí pueden desprenderse o “matar”, supuestamente,  mientras está dentro de su vientre? 

Parecería entonces que la valoración de la vida de ese ser humano en formación dependiera, de si está dentro o fuera del vientre materno. ¿Es a eso que se le llama “derecho a decidir sobre su propio cuerpo”? Porque resulta que no puede cortarse un brazo o una pierna, pero sí puede “cortar” una vida que lleva dentro de sí, que, o es parte de su cuerpo, o pertenece a otro ser en gestación, Y en este caso, de pertenecer a otro ser en gestación, ya no sería decidir sobre su propio cuerpo, sino decidir sobre el ser en gestación. Y la pregunta es ¿con qué derecho?

Yo entendería mejor que se hablara, no de derecho, sino  que los gobiernos no penalizarán el aborto, dejando en claro la gravedad intrínseca del aborto como tal, y llamándolo por su nombre, al pan, pan, y al vino, vino.

El Concilio Vaticano II en su Constitución Gaudium et  Spes, “Sobre la Iglesia en el mundo actual”, al que  acudieron obispos de todo el mundo, no deja lugar a duda en cuanto a la gravedad del aborto. No sin antes, establecer el fundamento y señalar a Dios como el Señor de la vida.

Para beneficio del lector he aquí el texto conciliar que puede ayudar a comprender mejor la posición de la Iglesia, defensora de las leyes divinas: “algunos se atreven a adoptar soluciones inmorales; ni siquiera retroceden ante el homicidio; pero la Iglesia recuerda que no puede haber contradicción verdadera entre las leyes divinas de la transmisión de la vida y el fomento del auténtico amor conyugal.

Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de proteger la vida, que se ha de llevar a cabo de un modo digno del hombre. Por ello, la vida concebida ha de ser salvaguardada con extremados cuidados; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables… Al tratar de conjugar el amor conyugal con la responsable trasmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, que guardan íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero… No es lícito a los hijos de la Iglesia, fundados en estos principios, ir por caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina, reprueba, sobre la regulación de la natalidad”, (Const. Sobre la Iglesia en el Mundo actual, núm. 51).

Se suele achacar a la Iglesia, porque la Iglesia lo dice, la prohibición del aborto. Lo que no es cierto, pues independientemente de lo que diga la Iglesia,  Dios es el Señor de la vida, Él la da, Él la quita, y Él ha confiado a los hombres la insigne misión de proteger la vida. La Iglesia únicamente grita a los cuatro vientos la obligación de proteger la vida, por mandato divino.

Y sin entrar en otras razones, y porque el aborto va contra la naturaleza, es la misma naturaleza la que llora y gime cuando la mujer aborta. El aborto deja huella profunda en la mujer que aborta. Deja huellas profundas sociológicas, psicológicas y morales. Deja un profundo sentido de culpabilidad que se pretende ahogar o eliminar, pero la naturaleza, recalco, la naturaleza humana reclama lo que se le desgarró por razones solapadas e irresponsables.

Porque ¿cuántos abortos no se cometen para ocultar que son consecuencia de una relación extramarital? ¿O de  circunstancias dudosas? ¿Acaso se pretende justificar con el aborto, de que aquí no ha pasado nada?

No me parece justo recurrir a un derecho sin fundamento, que no se justifica para abortar, me refiero al así dicho derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.

Si humanamente no se quiere castigar o penalizar el aborto por parte de los gobiernos, ese ya es otro cantar. Confieso que no soy quien para juzgar. Pero quien  comete un aborto o lo propulsa es responsable ante Dios. Al pan, pan, al vino, vino.

Mons. Félix Lázaro Martínez, Sch.P.

Obispo Emérito de la Diócesis de Ponce

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