La vocación al sacerdocio sobre todo es la respuesta a una llamada que nos hace Dios. Es Dios el que se adelanta y llama a cada uno por su nombre.

En mi caso al principio negaba toda esta realidad del llamado ya que en aquel entonces aspiraba en convertirme en un profesional de la salud y ayudar a las personas desde el campo de la medicina. El “llamado” llegó siendo muy joven, pero en ese tiempo no veía muy claro cómo responderlo ya que por diversas circunstancias no estaba al tanto de lo que era la vocación sacerdotal. Terminada la escuela superior perfilé mi carrera profesional hacia la medicina y fui admitido en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Como joven creía tenerlo todo, un trabajo, amigos y el apoyo familiar. Sin embargo, sentía que faltaba algo. Por tal motivo, me fui vinculando aún más en el servicio de la Iglesia; comencé a colaborar en la catequesis y en el grupo juvenil de la parroquia.

A medida que fueron pasando los años, cada vez que escuchaba algún testimonio vocacional, me inquietaba. Eso llevó a cuestionarme sobre la vocación sacerdotal. Pero este asunto me causaba cierto temor. Creo que ante una llamada que implica una entrega radical, es natural que en un inicio haya resistencia a dar una respuesta afirmativa, ya que en ese momento solemos fijarnos más en las renuncias que en las gracias que se podrían recibir por parte de Dios. Por eso mi vocación al sacerdocio nació como una respuesta a la experiencia de sentirme profundamente amado por Dios. Como joven lo que buscaba era dónde sentirme plenamente feliz y a gusto, dónde poder ser yo, y eso lo encontré una vez respondí a la llamada de Dios con plena generosidad dentro de la vocación sacerdotal.

La vocación al sacerdocio es un paso de abandono total en Dios dejándole a Él entrar plenamente en el corazón. Todo toma sentido en cuanto dejamos que el Amor de Dios entre en nuestra vida. Experimenté cuánto amor tiene Dios por mí, cuando a pesar de mis defectos, limitaciones, y luchas diarias, me sigue fortaleciendo y animando a continuar en este caminar. Él nos llama de entre todos, para ser hombres de Dios, se vale de nuestra pequeñez y de nuestra historia personal, para hacer grandes obras, pero para esto tenemos que dejarle a Él mismo dirigir nuestra vida.

A partir de esta certeza, de sentirme amado por Dios, es cuando encontré la felicidad y experimenté la paz verdadera que me capacitó para responderle con un sí generoso.

Ahora que llega el momento de mi ordenación sacerdotal, quiero ofrecerle toda mi vida como respuesta a su Amor totalmente gratuito hacia mí. Para así entregarme a la Iglesia, donde podré continuar demostrándole mi amor a través de un testimonio fiel al Evangelio y una entrega radical al servicio de los demás. En este momento, no hay otra cosa que me cause más ilusión que servir a mis hermanos a través de la Palabra y los Sacramentos.

Reconociendo mis limitaciones y mis debilidades, veo cómo a través de la oración, los Sacramentos, la dirección espiritual y la Eucaristía, puedo seguir en este caminar dejando que sea Dios quien continúe realizando su obra y actuando en mí. Solo de esta manera podré perseverar y permanecer fiel a Cristo.

A todos los jóvenes, les digo que confíen en Dios y en la Iglesia, y que se atrevan a preguntar al Señor qué quiere de ellos, y si descubren que les llama al sacerdocio no tengan miedo en responderle con un Sí radical a la vocación sacerdotal y verán cómo iniciarán una aventura de la que nunca se arrepentirán.

(Rvdo. Diácono Héctor Iván Flores González)

Obispado de Arecibo

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