Aquí te presentamos lo que debes estudiar para la segunda edición de las Justas Interdiocesanas del Conocicimiento. Este evento es dirigido a estudiantes de colegios católicos.
Los Sacramentos al servicio de la comunidad son el Orden y el Matrimonio. Ambos tienen como propósito la salvación de los demás. Para ambos son requisitos los Sacramentos de Bautismo y Confirmación. El Catecismo de la Iglesia Católica es rica fuente de información sobre estos dos Sacramentos (1536-1600; 1601-1666).
Hombres llamados por Dios.
El Sacramento del Orden a su vez tiene tres órdenes: episcopal, sacerdotal y diaconal (Lumen Gentium, 24). Este sacramento tiene carácter indeleble, que es un sello espiritual que une a Cristo; un sello permanente que se recibe una sola vez en la vida y perdura luego de la muerte (CC, 1581). Las tres órdenes son recibidas mediante ordenación.
El obispo es signo vivo de la presencia de Cristo como cabeza de la Iglesia; como explica San Ignacio de Antioquía, el obispo es imagen viva de Dios Padre (CC, 1549). Puerto Rico tiene seis diócesis y seis obispos titulares.
Por su parte, el sacerdocio es conferido bajo la imposición de manos y la oración consecratoria del Obispo. Estos hombres bautizados, llamados por Dios y célibes por amor a Dios y por el servicio al pueblo, tienen el poder de convertir el pan y vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo; de perdonar pecados; y de ungir enfermos. El presbítero representa a Jesús ante la feligresía, muy en especial en la consagración eucarística (CC, 1552).
Sobre el celibato sacerdotal, tienen la voluntad de guardarlo por el Reino de los cielos (Mt 19, 12). De esta forma, ellos dedican la totalidad de su tiempo a la salvación de las almas sin el quehacer que provoca el día a día de una familia.
Por otro lado, los diáconos permanentes son hombres casados cuyo oficio ministerial es asistir al sacerdote en los sacramentos de Cristo, preparar la mesa y revestirla y proclamar el Evangelio. Además, bautizan y tienen una fuerte labor en la comunidad.
Matrimonio: plan de Dios.
El mismo Dios es el autor del matrimonio y la salvación de la sociedad humana está relacionada íntimamente a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar (Gladium Et Spes, 47 y 48). Es el amor el centro del matrimonio, es Jesús mismo el vínculo y eje central entre ellos.
La unión conyugal es entre hombre y mujer y dicha unión está destinada a la fecundidad y a la vida con la bendición de los hijos. Ya lo dice el Génesis (1, 28): “Sean fecundos y multiplíquense”.
El Sacramento es indisoluble (CC, 1614). De hecho, la Sagrada Escritura lo explica: “lo que Dios unió, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 6). En el sacramento los esposos son ministros y manifiestan su consentimiento expreso ante la Iglesia y Dios los bendice (CC, 1623). Con esta bendición y sello espiritual, brota la institución del matrimonio.
Los requisitos para el Sacramento son: no estar coaccionados ni impedidos por ley natural o eclesiástica. Es muy importante el proceso de preparación antes de este acontecimiento en la vida. Antes del ceremonial los novios deben confesarse y durante la boda comulgan. Esta unión exige a los cónyuges fidelidad, indisolubilidad y fecundidad. Un signo visible del Sacramento en los esposos son los anillos. Todo, hasta que la muerte los separe.
El matrimonio es la base que cimenta la familia y su labor de educar y transmitir la fe es tan trascendental que el Concilio Vaticano II llama a la familia‘iglesia doméstica’.
No obstante, la soltería es un auténtico estado de vida en el que se está llamado a entregarse al amor y al servicio al prójimo. Un ejemplo claro de esto es la vida consagrada.