Jesús en el Jordán viene a restablecer el latir de los corazones acabados. Y para ello, es el último en la fila como uno de tantos, fingiendo amorosamente una necesidad que no tenía, para abrazar extremosamente un pecado que no le pertenecía.
Jesus es el abrazo del Padre a una humanidad buscadora de una felicidad que no consigue encontrar. Humanidad frágil y pecadora por la que Él vino, a la que amó hasta el extremo, por la que dará su propia vida. Él no es un enviado de Dios que acorrala, un mensajero que se desquita con los indignos de la luz y de la gracia del Padre. El Salvador que ofrece el perdón y la misericordia a los pecadores. Él es quien se manifiesta humildemente, en el escenario del Jordán. Él es reconocido por Juan el Bautista en un escenario doliente de tantos dramas, junto a unas aguas bañadas por lágrimas de arrepentimiento y deseo de perdón. Él es señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Sí, allí en medio del pueblo estaba Él, el justo, el Santo, el Hijo de Dios. Y desde esta realidad quiere ahora seguir su camino y su misión que no es otra que la de cumplir la voluntad del Padre.
Jesús quiere vivir desde Dios, sin fraude ni traición. No busca lo que le apetece, o lo que le señalan los demás, o lo que dictan las conveniencias políticas del tiempo… Lo que él quiere profundamente es ponerse en las manos de Dios, cumplir su voluntad y enseñarnos a nosotros el verdadero camino que conduce a la salvación.
En este día en que contemplamos el bautismo de Jesús y en que revivimos y agradecemos el nuestro; te ánimo, a que renunciando una vez más, al camino que lleva al egoísmo, al odio y a la violencia. Como seguidor de Jesús reafirmes tu compromiso de seguir sus pasos anunciando el Evangelio de la paz. La respuesta es sencilla y solo la puedes dar tú… ¿Te animas?
Padre Obispo Rubén González
Obispo de Ponce