Contexto
Después de varias semanas fijando nuestra mirada en la Eucaristía al leer Jn 6 y la enseñanza de Pablo en Ef nos movemos hacia otro lugar. Veamos el Tiempo durante el año como un caminar con Jesús.Volvemos al evangelio de Marcos (Mc 7,1-8a.14-15.21-23), junto con la lectura y salmo que le hacen eco en el AT (Deut 4,1-2. 6-8l; Sal 14); y comenzamos a leer la carta de Santiago (St 1,17-18.21b-22.27). Hoy nos ocupa el tema de los mandatos divinos y el espíritu con que los cumplimos, lo que es iluminado con la enseñanza de St sobre la verdadera religiosidad.
Reflexionemos
Aunque ya sabemos que la segunda lectura no se escoge en concomitancia con las otras, comencemos por lo que nos dice Santiago, ya que hoy nos aprovecha para el conjunto de la enseñanza que podemos sacar de la Palabra de Dios.
El Apóstol dice en el último versículo: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones…” Esto va muy bien con el tema de discusión de Jesús con los fariseos. Pensemos que Santiago estaba entre aquellos que “comían con las manos impuras”. Éste entendió muy bien lo que el Maestro enseñó con motivo de esta costumbre judía y así lo plasma en su carta. Sabemos que el tema de la Ley era esencial para los fariseos; y de hecho también lo es para Jesús, que afirmó no venir a abolirla, sino a llevarla a su plenitud (cf. Mt 5,17). El punto controversial era, y sigue siendo también en nuestros días, cómo entender dónde está la voluntad de Dios expresada en sus mandatos o los de la Iglesia y cómo entender éstos en el contexto de la voluntad divina.
¿Quiere Dios que nos lavemos las manos? Pues me imagino que sí, tanto en aquel tiempo, como hoy, en medio de esta pandemia. ¿Quiere Dios que tengamos las manos limpias y el corazón sucio? Pues, no. Seguramente quiere que tengamos limpias ambas cosas. Entonces el problema es quedarnos en lo externo y no purificar el corazón. Si llamo la atención a otro por no lavarse las manos (u otra cosa que haga mal) con rectitud de intención, con bondad, ¡fantástico! Si le llamo la atención porque me creo mejor, lo juzgo, etc., pues por ahí vamos mal.
Jesús no ataca la religión, como algunos les gusta hacer ver. Jesús, como los profetas, corrige a los que viven la religión sin alma, sin misericordia, sin coherencia con la vida, y sobre todo sin coherencia con la razón de ser por la cual su Padre Dios estableció tal o cual mandato o costumbre. Jesús, no quiere eliminar la religión, como quisieran algunos, quiere que la vivamos con rectitud, integridad, de manera holística, diríamos hoy; es decir que lo interno y lo externo estén en armonía.
Por ello la religión (que es una virtud, no meramente una institución humana), si sigue esas coordenadas se debe entender como un don de Dios y si lo vivimos bien, como un estilo de vida sapiencial, como dice la primera lectura: “Estos mandatos son su sabiduría y su inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.” Hay quien piensa lo contrario, por eso con razón St dice, hablando de la verdadera religiosidad que no hay que “mancharse las manos con este mundo.”
Es verdad que la religiosidad podría asumir criterios contrarios al Evangelio, a eso el Papa Francisco lo llama “mundanidad”, parece religioso, pero en el fondo no lo es o al menos no va con Jesús. Hay que cuidarse de eso.
A modo de conclusión
Jesús ha venido a redimirnos y rescatar todo lo bueno. Sin duda ha asumido la religiosidad y la virtud de la religión para que sean lo que deben ser. Vivámosla al estilo de Jesús, que no significa despreciarlas, sino purificarlas y llevarlas a plenitud.
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante