CARTA PASTORAL ANTE LA CRISIS DE VIOLENCIA QUE AFECTA A NUESTRO PAÍS
“Dios escucha nuestra voz; su paz rescatará nuestra alma…”
(refraseado del Salmo 55, 17-18)
¡Queridos hermanos y hermanas que habitamos esta linda tierra borincana, que Jesucristo, Señor de la Vida, Dador de paz y de alegría para todos los pueblos, esté con ustedes!
1. El papa Francisco, en una homilía del 8 de septiembre de 2016, reflexionaba así: «Podemos decir que la paz es un don que se vuelve artesanal en las manos de las personas: somos nosotros, los seres humanos, cada día, los que damos un paso por la paz; es nuestro trabajo…” Es una idea que retomó en la encíclicaFratelli Tutti, n. 228.
2. Las manifestaciones violentas en Puerto Rico nos hieren cada día más y nos causan terror cuando se trata no solo de pérdidas de vida en relación con el trasiego de drogas sino, también, cuando se repiten los asesinatos contra mujeres, hijos, hermanos y otros miembros dentro de las mismas familias.
3. Nos toca aportar a la reconstrucción del tejido social, religioso, ético y cultural de este pueblo, con esfuerzo diario y constante, para que emerja una paz genuina. Toca al Estado, con la ayuda de los ciudadanos y comunidades, construir una sociedad justa en un ambiente de armonía y paz para todos, enfrentar y tratar de aminorar los constantes incidentes violentos. Pero sabemos muy bien que son muchas las causas de la violencia, con raíces hondas que el Estado solo no puede atender y que, por lo tanto, no se resolverán simplemente con aumentar la vigilancia o las fuerzas policíacas. Es tarea que nos concierne a todos.
4. La violencia nace donde se ha quebrado la paz del alma y se ha perdido la esperanza de mejorar la calidad de vida. Desde allí se empiezan a lastimar las relaciones básicas: con Dios, con nosotros mismos, con los demás y conlanaturaleza. Así ha sido desde las escenas del comienzo de la historia de la salvación, cuando los primeros seres humanos se apartaron del proyecto de comunión que Dios propuso. La primera pregunta que Dios dirige a Adán y a Eva, en el mismo paraíso, es “¿Dónde estás?… ¿Qué has hecho?” (Gen 3,9 y 13). Ellos se habían escondido de su presencia, se habían avergonzado de sí mismos y empezaron a echarse las culpas unos a otros. Luego, cuando Caín asesina a su hermano Abel, Dios dirige de nuevo la pregunta: “¿Dónde está tu hermano… qué es lo que has hecho?” (Gen 4, 8 y 10). Dios les hace ver cómo se han roto las relaciones con el Creador, consigo mismos y con el prójimo; les reclama responsabilidad y el regreso al proyecto original de comunión integral. La tierra misma es herida y arrastrada con las consecuencias de estas rupturas y se marca con la maldición (cfr. Gen 4, 11). Esta llamada de alerta, para regresar al proyecto original, de raíz (radical), es la que quisiéramos asumir hoy en esta reflexión.
5. El papa Francisco, en su carta encíclicaFratelli Tutti, se centra en la referencia a la parábola del buen samaritano (Lc10, 25-37). Allí nos recuerda el camino de sanación que el Evangelio nos propone: la compasión, la acogida, el diálogo y la reconciliación, de modo que nadie se considere enemigo de nadie sino que, por el contrario, todos nos veamos como hermanos, “venciendo el mal a fuerza de bien” (Romanos 12,21). ¿Qué caminos podemos asumir hoy para la superación radical de las acciones violentas?
El reconocimiento de nuestra propia realidad
6. En el enfrentamiento con nuestras posibles actitudes violentas, se requiere un acto de humildad, para darnos cuenta de quiénes somos y cómo nos sentimos y pedir la ayuda fraternal y profesional siempre que haga falta. Podemos afirmar que el primer detente para las actitudes violentas se encuentra en el reconocimiento de nuestra condición como iguales, como seres humanos, partícipes de un mismo origen y un mismo espacio vital. La exclusión, el desprecio, la injusticia, el racismo, el abuso doméstico y sexual, el creerse superiores o inferiores… siempre serán caldo de cultivo para la agresión y la violencia.
7. La espiral de violencia que se está produciendo en nuestro pueblo requiere que hagamos un alto en el camino para una reconstrucción desde las raíces de nuestro ser. Hay un componente emocional muy fuerte que atender cuando se analiza la violencia: ¿Qué heridas arrastramos a nivel personal, familiar y colectivo? ¿Qué frustraciones nos avasallan?
8. En el fondo, para superar la violencia, debemos preguntarnos, no en primer lugar por lo que nos han hecho, sino por lo que somos y de dónde vienen nuestras reacciones. Luego de “quitar la viga de nuestros ojos…” (Mt 7, 5) podremos enfocarnos en las posibles injusticias y atropellos que nos golpean desde lo exterior. Pero, para no responder a la violencia de afuera con una mayor violencia -terminando así en un círculo vicioso siempre destructivo- hay que asegurarse de comprender la violencia que nace de dentro, no sea que estemos respondiendo desde lo mismo que proyectamos, pues con frecuencia tratamos a los demás como nos tratamos a nosotros mismos en lo profundo de nuestra conciencia. Las injusticias, para que sean superadas completamente, requieren ser comprendidas, en lo posible, sin apasionamientos, en su verdadera realidad. Discernir el mal de fuera requiere discernir desde la luz del bien que anida dentro de la conciencia.
9. Para ello, un primer llamado es a hacer silencio exterior e interior, a escuchar más que a hablar. Es curioso que la agresividad verbal y física suele estar acompañada de mucho ruido y gritos. Quien se acostumbra a una práctica mayor de silencio y escucha, estará mejor dispuesto al diálogo y al autocontrol. Reconocerá más fácilmente las voces interiores, las mociones o intenciones profundas que le fuerzan y, a veces, dominan.
Reencontrarnos a nosotros mismos en Dios
10. El misterio del ser humano solo se esclarece a la luz del misterio del Verbo Encarnado (Concilio Vaticano II, Gaudiumet Spes n. 22). Jesucristo asumió nuestras realidades más profundas y cargó sobre sí los efectos del odio, para que alcanzáramos la paz, asumiendo el castigo de las violencias (cfr. Isaías 53, 5). De hecho, él es nuestra paz (Ef 2, 14). Para los creyentes, el derrumbamiento del odio y de cualquier división solo es posible, en su radicalidad, por medio de la obra que hizo el Salvador al sanarnos de todo lo que induce al mal. Es la comunión plena, en la que nos reconocemos como hermanos y en la que es posible “perdonar setenta veces siete” (Mt 18, 22) e incluso “amar a los enemigos” (Lc 6, 27).
11. La oración tiene el poder de mostrar nuestra profunda conexión con nuestro Padre eterno y, por lo mismo, nos humaniza. Dios nos permite reasumir y recordar diariamente, por medio del encuentro con Él y en la oración, quiénessomos, de dónde venimos y a dónde vamos, proveyéndonos el consuelo de saber que no estamos solos, que su amor nos lleva a superar toda desesperación.
12. La cruz, para los cristianos, retrata en profundidad el amor y el perdón perfectos: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo…” (Jn 3, 16). Desde la cruz, Jesucristo contemplaba a los que lo estaban asesinando y pudo perdonarlos instantáneamente, porque comprendía lo que les sucedía como personas y como pueblo. “El sabía lo que hay en el interior humano…” (Jn 2, 25). Esta mirada desde Dios, que supera el coraje y permite ponerse en lugar del otro para detectar sus intenciones y límites, permite entender incluso cuando una agresión no va dirigida realmente contra alguien, sino que es el fruto de una frustración o atropello previo, una proyección. La luz del Espíritu Santo ayuda infinitamente para detectar estas motivaciones que se mezclan con palabras y gestos agresivos y que pudieran arrastrarnos a responder con el “ojo por ojo” (Mt 5, 38).
Las realidades e injusticias que nos afectan
13. El papa Francisco, en Fratelli Tutti n. 228, reconoce que los conflictos sociales requieren hoy tomar en cuenta las variadas perspectivas de los problemas, la diversidad de situaciones y condiciones, y la necesidad de superar lo que nos divide. Analizar la violencia requerirá el diálogo y aporte de las distintas disciplinas, de las comunidades y familias, del estudio sobre los actores y factores involucrados. Requiere particularmente atención a las estructuras sociales, económicas y culturales cuando están arropadas de inequidades y privilegios.
14. Hemos ido acumulando, como sociedad, altos niveles de tensión a raíz de los pasados huracanes, terremotos, tensiones socio-políticas como las que desembocaron en el “Verano 2019” y,actualmente, la pandemia delCovid-19. Pero éstas solo se agregan a lo que ya estaba más en el fondo: el creciente empobrecimiento de la clase media y baja, la degradación de nuestro ambiente, el colonialismo, la quiebra del gobierno y las decisiones de la Junta de Supervisión Fiscal, muchas de las cuales añaden mayores cargas a una sociedad que vive en incertidumbre sobre su futuro.
15. Recurrentemente aparecen noticias sobre actos de corrupción en el ámbito público y privado. Vemos como se mantiene el éxodo de ciudadanos y familias completas, con las rupturas que ese tipo de fenómenos siempre producen en las relaciones y comunidades. La presencia de un poderoso narcotráfico, responsable directo de muchos actos de violencia, crean desasosiego constante. Recientemente, han aumentado los crímenes intrafamiliares, tales como los asesinatos de mujeres y de otros miembros de un mismo núcleo hogareño.
16. A todo esto, hay que añadir otros factores que van penetrando la psiquis colectiva y alteran la salud integral porque generan impotencia y frustración: la sensación de impunidad ante crímenes comunes y de cuello blanco, la ingobernabilidad y deterioro en el servicio público, la proliferación de lenguaje violento y ofensivo, el andar embebidos en aparatos técnicos en vez de cultivar las relaciones directas con personas y con la naturaleza, el irrespeto por la vida con el maltrato y abandono de los viejos y con el aborto; el sedentarismo y el sobrepeso, la disminución en las horas de sueño, el aumento en el consumo del alcohol y drogas, la contaminación informática y el exceso de ruido, el chisme, el bullying, la alteración a la paz en los vecindarios…
17. Es toda una atmósfera de estrés la que rodea la sociedad puertorriqueña actual. Ante ello, hay que cuidarse de que la misma violencia no sólo sea un resultado de las tensiones acumuladas, sino incluso, en ocasiones, un escape y hasta un distractor de los asuntos que requieren cambios más profundos.
18. La violencia no se detiene solamente ni principalmente con el incremento en la represión y el régimen de vigilancia o policíaco. Socialmente requiere una reestructuración de la visión o proyecto de pueblo. Hace falta una gran concertación para definir qué tipo de persona y de ciudadano se quiere educar y lograr; qué tipo de economía y política producir, qué calidad de vida, incluso qué uso daremos a los espacios y al tiempo. No se puede seguir esperando a que todas las soluciones vengan del gobierno, pero el gobierno tampoco puede pretender solucionar las cosas sin contar con todas las otras instancias sociales.
19. Se equivoca una sociedad que recorta fondos a la educación, al arte, al deporte, a las iniciativas comunitarias, a una economía sustentable, al apoyo del voluntariado… sin ellas bien desarrolladas, sería imposible contener las frustraciones que desembocan en violencia.
20. Convendría, pues, una convocatoria general de pueblo, de todas sus “fuerzas vivas” que valide los enormes esfuerzos que se realizan a todos los niveles por el bien común y en pro de una auténtica calidad de vida; que intercambie saberes y experiencias exitosas, que conmueva de raíz a la sociedad para provocar una nueva esperanza. El acervo de análisis, estudios abarcadores e investigaciones ya existentes sobre el tema de la agresión y la violencia en el campo universitario y de instituciones sociales y especializadas es enorme; debemos aprovecharlas. El criterio de convocatoria de un tal encuentro de pueblo debería ser, como se viene proponiendo en la Doctrina Social de la Iglesia desde san Pablo VI, lograr un “desarrollo humano integral” (cfr. EncíclicaPopulorumProgression.14 y ss.). A mayor deterioro social y auge en la violencia, debemos construir, con más y más empeño, un proyecto alternativo de crecimiento, bondad, justicia, belleza y verdad.
21. Se tienen que enfrentar las injusticias, ciertamente, pues “la justicia es la primera ruta de la caridad…” (papa Benedicto XVI, Cáritas in Veritate, n. 6). Superar la violencia no es ignorar los atropellos; la caridad no es impunidad ni renuncia de los propios derechos (cfr. Fratelli Tuttinn. 241, 252). Todo lo contrario: se trata de enfrentarlos de raíz, en sus verdaderas causas y no solo en sus manifestaciones. Pero queremos asumir, de forma contundente, que el mal se vence “a fuerza de bien” (Rom 12, 21). Necesitamos un proyecto de país que nos configure como pueblo solidario, comprometido en la reconstrucción o “refundación” de esta patria.
La reconciliación con la naturaleza
22. La naturaleza es fundamental y radicalmente buena. Es fuente de salud y tiende al equilibrio. Se caracteriza por su “apertura” o “disponibilidad” no violenta, para que sus frutos se aprovechen. Esta grandeza de la naturaleza es lo que la hace tan vulnerable al atropello y expoliación humana. La naturaleza, tan exuberante y hermosa en nuestra patria puertorriqueña, puede servirnos como ámbito de reencuentro, sanación y armonía (cfr. Papa Francisco, Laudato Sí, n. 151).Se presta para activar la contemplación, el silencio y la paz.
23. Los espacios naturales pueden convertirse en instrumento y escenario de reencuentro con nosotros mismos, individualmente, como familias, comunidades y sociedad. Nuestro espacio natural puede ser laboratorio de reconciliación. El modo en que tratemos a la naturaleza, de aquí en adelante, reflejará el modo en que nos trataremos en las demás relaciones, porque “el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones…” (Laudato Sí, n. 240) Si no acabamos de entender la intrínseca relación del cuerpo y la sociedad con el ambiente, estaremos provocando nuestra propia desaparición, pues “todas las criaturas están conectadas” (LS, nn. 42 y 137). No en vano el papa Francisco, en esa admirable encíclica, declaraba que “paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados…” (n. 92), pues “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental” (n. 139). Por la misma lógica, un camino de reconstrucción de la paz es el del regreso a nosotros mismos, por medio de la sana utilización de la naturaleza, su belleza, su fuerza y sus lecciones.
Redescubrir el poder del amor y la misericordia
24. Los creyentes aprendimos del mismo Jesús que todo lo que enseña y pretende la ley se resume en “amar” (cfr. Mt 22, 40; Gal 5, 14). El amor es tan amplio que la Iglesia Católica incluye en él no solo el amor entre las personas, sino hasta la “caridad social y política” (cfr. FTnn. 180 y 182). Las leyes anti-violencia no serían necesarias si supiésemos resolver diferencias y conflictos por medio de un amor auténtico, maduro. Cuando el amor no funciona, el próximo peldaño es resolver las diferencias mediante la ley. Y cuando la ley no funciona, queda la violencia. ¿No será que el auge en la violencia refleja que tampoco las leyes en Puerto Rico se están respetando y aplicando? ¿No sería el mejor ejemplo y motivación para el respeto de las leyes el que se implante una práctica que supere, de una vez y por todas, la impunidad con que muchos violan leyes, reglamentos y procesos, particularmente en las esferas de gobierno y de poder privado y saben que eso no les traerá ninguna consecuencia?
25. El amor requiere de la verdad, para que no sea una complicidad o el disfraz de “un mero sentimentalismo” (CV,n. 3). En la resolución de conflictos -proceso que es en sí mismo un acto de caridad- la clave está en decir y seguir siempre la verdad. La reconciliación depende de la verdad “que nos hará libres” (Jn 8, 32). Esto se convierte en un reto en medio de una sociedad acostumbrada a la confusión, a la alteración de conceptos y datos en las redes sociales y medios informativos, y la imposición de soluciones de manera pasional y no racional. La enseñanza de un verdadero pensamiento crítico es urgente para sentar las bases de procesos de reconciliación.
26. El amor se va cultivando desde el vientre de la madre, con la ternura (“En el principio era la ternura”, escribía Eloi Leclerc en El Reino escondido, p. 113). Y el papa Francisco nos reta a lanzar una “revolución de la ternura” (18 de abril de 2015). El atropello a la niñez, incluso a la vida antes de nacer, refleja una alta cuota de pérdida de sensibilidad y ternura. A la ternura, la vida va añadiendo el aprendizaje de la convivencia, el respeto, la justicia, la veracidad, la amistad, la gratuidad… El amor verdadero es, pues, un cúmulo progresivo de virtudes.
27. Así entendido, basta solo con vivir el amor. “Ama y haz lo que quieras”, lo diría a su modo San Agustín (Homilía 7, sobre 1 Jn 4, 4-12, n. 8). Frente a la degradación del amor, reduciéndolo a un “negocio” (te doy si a cambio me das…), es urgente en nuestras familias y ambientes, “rescatar el amor”, practicando más y más la gratuidad, el voluntariado, el servicio, la consagración… La “producción del bien”, de lo bueno, no puede reducirse a la “producción de bienes”, porque en ese caso solo nos quedaría el egoísmo, del que se nutre en su raíz la violencia.
28. El papa Francisco nuevamente nos sorprende con su análisis y propuesta para esta época. Su comprensión de la crisis del mundo de hoy se resume en la frase “la globalización de la indiferencia” (mensaje de la Cuaresma 2015). Frente a ella propone, como si fuera un “antídoto”, la misericordia (Audiencia general 12 de octubre de 2016). Ésta se vuelve el hilo conductor de prácticamente toda su enseñanzapapal.
29. La misericordia se aprende, se practica. Es un sentido de compasión que se convierte en acciones de ayuda y solidaridad. Quien se acostumbra a practicar la misericordia se desacostumbra de la violencia, porque va adquiriendo “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5) y se prepara para impartir con libertad el perdón. “El corazón de Dios está lleno de misericordia por nosotros” (papa Francisco, Angelusdel 17 de marzo de 2013). Es necesario, pues, que en todos nuestros ámbitos, y particularmente en nuestros espacios de Iglesia -pastorales, catequéticos, movimientos, ministerios…- fomentemos y nos expongamos constantemente a la oportunidad de practicar el servicio desinteresado, gratuito y generoso. Que incluso el sacramento de la confesión y reconciliación motive a que ese perdón recibido sea llevado con intensidad al seno del hogar y de las comunidades. La sacramentalidad no puede quedarse en el ámbito privado, debe dar brillantes frutos “que alumbren a todos los de la casa…” (Mt 5, 15).
30. Quien vive la misericordia sabe que no puede llamarse verdadero cristiano la persona que se deja llevar por venganzas, practica los atropellos, maltratos, abusos, agresiones, o favorece la pena de muerte… Ser cristiano debería ser sinónimo de ser agente de paz. Quien la haya perdido, debe empeñarse en recuperarla en la fuente, que es Dios mismo, sanándose emocional y espiritualmente, para que pueda creer en la visión de un mundo donde “las espadas se convertirán en arados… nadie alzará la espada contra nadie, no se adiestrarán para la guerra… ni harán mal ni dañarán a nadie…” (Is 2, 4 y 11, 9).
Conclusión
31. Hacemos un llamado a todos los católicos, creyentes y personas de buena voluntad a que retomemos este tema a nivel de la reflexión personal, para verificar si somos gente de paz realmente. Que, empezando por los mismos creyentes, depongamos “el dedo acusador y el gesto amenazante” (Is 58,9), practiquemos el diálogo y la acogida, respetando diversidades y distintos puntos de vista; que establezcamos espacios de análisis y reflexión sobre nuestra realidad, para amar a nuestro pueblo y que nos duela su crisis hasta el alma, como le duele a Dios.
32. Que nos ayudemos a ser auténticos, que es como único seremos creíbles; que propiciemos experiencias donde las personas sean consoladas, sanadas, socorridas en sus crisis emocionales, económicas y de sentido de vida.
33. Que,humildemente, nos reconozcamos como vulnerables y a la vez validemos y fomentemos las fortalezas que este pueblo tiene para levantarse, sanar su autoestima, recrear su historia y proponer formas de resolución de problemas con esperanza. Que nos atrevamos a denunciar a los que practican violencia desde el poder, cuando ignoran la suerte de los empobrecidos que van perdiendo cada vez más la calidad de servicios, el poder adquisitivo, las alternativas de salud… y todo se les encarece. Particularmente, que escuchemos y proveamos una mano realista, creativa y audaz para reencender la esperanza en el alma de nuestra juventud y en nuestros corazones.
34. Todos estos elementos están en nuestro acervo como creyentes y son las herramientas con que, desde la perspectiva cristiana, podemos aportar para construir “artesanalmente” una sociedad en paz. Retomémoslas y propongámoslas como un don que va a la raíz de las situaciones que nos afectan.
35. Pedimos a la Virgen María, Madre de la Divina Providencia, Patrona Principal de toda la Nación Puertorriqueña, que pudo ver y perdonar también a quienes le arrebataron a su Hijo frente a sus ojos, pero no perdió la fe sino que prosiguió perseverando junto a los creyentes hasta el final, que nos enseñe el poder de la fe, de la justicia verdadera y de la paz indestructible.
36. Con el Apóstol Pablo, rogamos lo mismo que él para todos nosotros: “Como pueblo santo y amado por él, vístanse de tierna compasión, bondad, humildad, gentileza y paciencia. Sean comprensivos con las faltas de los demás y perdonen a todo el que los ofenda. Recuerden que el Señor los perdonó a ustedes, así que ustedes deben perdonar a otros. Sobre todo, vístanse de amor, que nos une a todos en perfecta armonía. Y que la paz que viene de Cristo reine en sus corazones…” (Colosenses 3, 13-15).
¡Paz y bien para todos en el nombre de Jesucristo, Señor de la Vida y de la Historia!
Dado en la Sede de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña, San Juan, Puerto Rico, hoy 27 de agosto de 2021.