La indefensión aprendida es considerada como un estado psicológico en el cual una persona ha asimilado la actitud de comportarse inactivamente ante situaciones adversas. El individuo desarrolla una sensación subjetiva de que, independientemente de sus respuestas en escenarios hostiles, está arrinconado, desamparado e indefenso. Así, al no poder hacer nada a su favor, pierde la capacidad de afrontar y/o desafiar un escenario contraproducente. Es por ello que modifica su reacción de huida y/o defensa, y comienza a actuar con sumisión, pasividad e indefensión. El sujeto siente que ha sido “herido por el sistema”, y desarrolla una especie de “psicología de la víctima”. Asimismo, acepta la total responsabilidad de las situaciones que ocurren a su alrededor, aunque la falta no sea suya.

La indefensión aprendida puede afectar a cualquier persona, y por eso es necesario entender su desarrollo, y manejarlo adecuadamente. De esta manera se podrá auxiliar a la persona que sufra de este sesgo psicológico. No hay que olvidar que esta conducta, que es aprendida y disfuncional, muchas veces se convierte en un obstáculo para el sano desarrollo y una saludable autoestima. Además, puede transformarse en un problema limitante y restrictivo para el individuo que la padece. Es por ello que, en no pocas ocasiones, la persona requerirá de un profesional de la salud mental que le apoye.

Cuando alguien sufre de indefensión aprendida lo manifiesta principalmente a través de tres déficits: el motivacional, el emocional y el cognitivo.

a. déficit motivacional: la persona comienza a mostrar un retraso en la iniciación de respuestas voluntarias, hasta que poco a poco deja de haberlas.

b. déficit emocional: el individuo comienza a desarrollar una serie de desórdenes conductuales, siendo los más habituales los estados de ansiedad y depresión.

c. déficit cognitivo: existe una influencia de la interpretación y la percepción que cada individuo tiene del evento en el desarrollo de la indefensión, y también en la forma de afrontarla. En el caso de la indefensión aprendida la percepción de los eventos es totalmente distorsionada.

Además de estos déficits pueden encontrarse también una serie de efectos que siguen a la exposición de situaciones incontrolables:

a. Reducción de la capacidad de ser competitivos en una variedad de escenarios.

b. Desarrollo de altos niveles de miedo a estímulos neutrales, pero que están unidos al evento que enfrenta.

c. Incremento de los síntomas físicos de estrés.

d. Variaciones de los niveles de cortisol y de neurotransmisores, tal como el caso de la norepinefrina.

e. La persona está muy susceptible a contraer enfermedades. Por ejemplo varios tipos de cáncer.

Cuando una persona está aquejada por dicho síndrome se afecta tanto el aspecto psíquico como el somático. En consecuencia, no bastará con tomar la decisión de romper con el ciclo negativo, sino que deberá desaprender la forma en que encausa o procesa las situaciones hostiles y dolorosas.

La indefensión aprendida, al ser un esquema de pensamiento que se desarrolla de forma gradual, poco a poco destruye las fortalezas físicas y psíquicas de la persona, hasta el punto de doblegar la voluntad. Solo basta con exponer continuamente la posible víctima a contextos adversos. Ejemplo de esas situaciones puede ser: bajarle la moral al individuo, sobrecargarla de trabajo, cerrarle el apoyo externo durante un tiempo prolongado y de forma reiterada, la violencia familiar, el bullying, el mobbing, etc. La persona que ha sido tratada de esta manera no tardará en manifestar déficits: afectivo, emocional, cognitivo, e incluso somático.

¿Cómo solucionar la indefensión aprendida? Primeramente es necesario recordar que los esquemas mentales que llevan a la indefensión aprendida están sumamente arraigados en la persona. Siendo así, de poco ayuda decirle al individuo que intente superarlo repitiéndole constantemente cómo debe actuar o pensar. La persona que sufre indefensión aprendida no se siente mal porque quiere, sino porque su psique ha consolidado esquemas disfuncionales que le estorban a la hora de cambiar su situación. Siendo así, un mejor camino es dejar de estigmatizar, proveerle apoyo, y no denigrar a la víctima. De la misma manera, es importante entender que ha perdido la capacidad de ver las soluciones a los problemas, y que requiere ayuda.

Una de las terapias más frecuentemente empleadas para este fin es la terapia cognitivo-conductual. A través de varias sesiones, el psicólogo ayudará al paciente a reestructurar sus pensamientos y emociones, así como las conductas que ha aprendido y asimilado, y que le impiden salir adelante. Es de vital importancia devolverle el control a su vida para que sea capaz de tomar las riendas sobre aquello que en su momento veía sin solución. En otras palabras, reafirmarle en su capacidad de apoderamiento y de su autoestima. De cada uno de nosotros depende empezar a tomar conciencia de ello; y luchar no solo por minimizar sus efectos, sino también por combatir sus causas.

P. Ángel M. Sánchez, PhD

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