En semanas recientes nuevamente salta a la palestra pública la inmoralidad y cinismo que rodean ciertos ámbitos públicos. Ha sido noticia una y otra vez señalada la realización de un video pornográfico de alguno y la candidez con que ciertos funcionarios de gobierno reparten contratos leoninos a familiares y amigos del combo al que pertenecen.
Mientras el pueblo llano, hombres y mujeres que sudan lastimosamente sus salarios, que apenas alcanzan para cubrir lo imprescindible, padecen los desmanes de quienes insensiblemente viven aprovechándose de los otros, del sudor del de enfrente.

Otros se entretienen haciendo juicios sobre el comportamiento de los demás sin detenerse a enjuiciar el propio. Se cumple siempre lo del Evangelio, miran la paja en el ojo ajeno sin mirar la viga del propio. El ambiente caldeado que hemos construido y permitido es reflejo de una crasa ausencia de valores y principios sólidos sobre los que se debe edificar la existencia. La sociedad que pregona que se ha librado de opresiones dizque provocadas sobre todo por creencias que tildan de oscurantistas y obsoletas sucumbe ante la dictadura de ideologías y prácticas mucho más opresoras y deshumanizadoras.

La propaganda manipuladora, el imperio de lo políticamente correcto, unido a la indiferencia de muchos y al descaro con que hoy se ejerce el poder han minado nuestras instituciones y creado un caos social que ciertamente genera consecuencias nefastas. ¿Acaso la delincuencia, la inseguridad ciudadana, el abuso de drogas y la violencia generalizada no son indicios de un desconcierto social? Por más que quienes regentean los destinos del pueblo se empeñen en ocultar la realidad y expresen como es costumbre de que las estadísticas reflejan que estamos en baja, Juan del Pueblo vive en la inseguridad y desesperanza.

Los que detectan el poder se entretienen persiguiendo, por razones mezquinas, a figuras e instituciones que han servido sin espíritu de lucro, por puro compromiso cristiano, sin mezquindad ni interés a los más vulnerables. Hemos pervertido algunas instituciones que debían ser ejecutoras de justicia y equidad en comités expansivos de un partidismo despiadado, inmisericorde y servil.

Hemos de combatir sin desfallecer las pretensiones dictatoriales de grupos y sectores que solo miran su propio ombligo, que mantienen una descarada agenda de búsqueda de beneficio propio y de quienes son focas amaestradas e ignorantes de turno. Esos solo saben mirar desde el prisma del color que les conviene o que les sostiene en la impunidad.

Solía decir un hermano ya fallecido que en nuestro suelo borincano se nos había prohibido pensar. El sistema imperante ha procurado formar seres que no reaccionen ni se rebelen ante la injusticia y opresión a la que por décadas hemos sido sometidos. Es tiempo de levantarnos y exigir se respete nuestros derechos, nuestra dignidad. Que se nos deje de tratar como si fuésemos impedidos mentales y no nos diésemos cuenta de los desmanes, desaciertos y horrores que se comenten en la administración pública.

Basta ya de propaganda manipuladora y de mentira. Exigimos coherencia y honestidad en el ejercicio de la gestión pública.

Padre Edgardo Acosta
Para El Visitante

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