Homilía de la Eucaristía Crismal
del P. Rubén Antonio González Medina, cmf
Obispo de la Diócesis de Ponce
22 marzo de 2016
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido”.
San Lucas 4.18
¡Alabado sea Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, que es el mismo ayer hoy y siempre!
La palabra de Dios que hemos escuchado nos habla de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para servir al pueblo fiel de Dios; su unción es para atender a los pobres, a los cautivos, a los oprimidos… Jesús claramente nos lo dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor”.
También nosotros queridos hermanas y hermanos por el Bautismo y la Confirmación hemos sido ungidos para continuar la misión que Jesús inició, anunciando en medio de un mundo golpeado por tantas situaciones difíciles, la misericordia, la compasión y la ternura de nuestro Dios.
Es por eso, que la Iglesia animada por el Espíritu Santo está invitada a prolongar en la historia la acción salvadora de nuestro Dios, que nos invita, como lo hizo Jesús, a salir hacia las periferias existenciales, “hacia los pobres” a ir donde los seres humanos se sienten maltratados, golpeados, solos, abandonados, desolados, desorientados. Sí, el Espíritu, nos impulsa a no quedarnos de brazos cruzados, a lanzarnos sin miedo a la calle a proclamar el amor de nuestro Dios, y sobretodo hacerlo presente a través de nuestras obras llenas de misericordia.
EL Espíritu nos mueve a una conversión pastoral, a ser Iglesia Misionera, en salida, pobre para los pobres, samaritana, servidora, pascual. Iglesia abierta a su acción, que promueva la comunión entre todos y establezca un diálogo con el mundo. Iglesia que anuncie con alegría que en Jesucristo, hay para todos los hombres y mujeres; Vida, y vida en abundancia.
El Papa Francisco cuando explica esta expresión; “Iglesia Misionera en salida” dice: “la Iglesia nació católica, esto quiere decir que nació «en salida», que nació misionera. Si los apóstoles se hubieran quedado ahí en el cenáculo, sin salir a predicar el Evangelio, la Iglesia sería solamente la Iglesia de aquel pueblo, de aquella ciudad, de aquel cenáculo. Pero todos salieron por el mundo desde el momento del nacimiento de la Iglesia; desde el momento que vino el Espíritu Santo. Y por esto la Iglesia nació «en salida», es decir, misionera”.
De esta convicción brota la necesidad urgente que tenemos de una conversión pastoral que nos impulse como Iglesia misionera a caminar junto al pueblo hacia la santidad. Conscientes de que la santidad “no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales, políticos de nuestro pueblo, y mucho menos una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual”.
La santidad, queridos hermanos y hermanas “es vida nueva en Cristo y esto incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quién nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su amor sincero.” Da 356
Hermanos presbíteros, sirviendo y acompañando a nuestro pueblo es como avanzamos por el camino de la santidad. Las promesas sacerdotales que en breves momentos vamos a renovar, son una nueva oportunidad que el Señor nos brinda para reafirmar nuestra entrega y nuestra opción de llegar a ser, no funcionarios de la iglesia sino Pastores santos, ungidos por el Espíritu, que ayudan al pueblo a encontrarse con el Dios Misericordioso que se ha manifestado plenamente en Jesucristo.
Elegidos y ungidos para acompañar y guiar al pueblo en el camino de santidad, siguiendo los pasos de Jesucristo, estamos llamados a ser testigos creíbles, modelos para el pueblo que se nos ha encomendado, servidores incondicionales del Reino.
Hoy más que nunca nuestra Iglesia necesita presbíteros, que a imagen del Buen Pastor, se sientan llamado a ser hombres llenos de misericordia y de compasión, cercanos al pueblo y servidores de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades. No olviden queridos hermanos presbíteros que la caridad pastoral, debe ser para ustedes la fuente de su espiritualidad, la que anime y unifique su vida y su ministerio.
Sí, insisto queridos presbíteros, “El Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios, que configurados con el corazón del Buen Pastor, sean dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración. Necesita de presbíteros-misioneros; que movidos por la caridad pastoral: los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos; de presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad. De presbíteros llenos de misericordia, disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación. DA. 200
Queridos presbíteros, la Iglesia, el mundo, Puerto Rico nuestra Diócesis, necesita presbíteros santos, hombres llenos del Espíritu, con fuego en el corazón, por eso, con palabras del apóstol Pablo les invito; a que hoy al renovar sus promesas sacerdotales en este año jubilar de la misericordia; “aviven el fuego del don que Dios les dio cuando les impusieron las manos. Porque Dios no les ha dado un espíritu de temor, sino un espíritu de fortaleza, de amor y de buen juicio. No se avergüencen de dar testimonio a favor de nuestro Señor; y, con las fuerzas que Dios les da, acepten su parte en los sufrimientos que vienen por causa del evangelio. Porque Dios nos salvó y nos ha llamado a formar un pueblo santo, no por lo que nosotros hayamos hecho, sino porque ese fue su propósito y por la bondad que ha tenido con nosotros desde la eternidad, por Cristo Jesús”.
¡Ánimo! No tengan miedo. Que el corazón de la Virgen María, a quién en nuestra querida Diócesis invocamos con el hermoso título de Señora de Guadalupe, sea la escuela donde como discípulo escuches las enseñanzas del Señor y el hogar donde como buen misionero recuperes las fuerzas para seguir evangelizando.
Y a ustedes pueblo santo de Dios les pido que no dejen de rezar por sus presbíteros y por este servidor, para que seamos fieles pastores según el corazón de Cristo.
¡Alabado sea Jesucristo, sumo y eterno sacerdote que es el mismo ayer hoy y siempre!