“Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano” (Levítico 19,32). El Señor me ha concedido el enorme regalo de crecer ante dos venerables hombres, cuyas vidas han tenido un enorme impacto en la mía. La edad actual de ambos es de 87 años, o sea, han caminado “largo y tendí’o”, de ahí que valga la pena prestar atención a este escrito que va dedicado a ellos. 

El padre natural es mi querido abuelo, Luis Sánchez Pagán, quien nació el 19 de julio de 1935 en Ángeles, Utuado, asistido por la comadrona madrina Chepa. En su hogar eran 7 hermanos, 3 mujeres y 4 varones. A los ocho años empezó a ayudar a su papá en la agricultura y en ella permaneció, “con las botas puestas”, hasta hace aproximadamente 3 años. “La tierra siempre da”, le he escuchado decir desde mi adolescencia. Estas palabras se encarnan en su existencia, ya que sacó adelante a su familia ganándose el pan con el sudor de su frente (Génesis 3,19), sembrando la semilla y esperando a que el Divino Agricultor le diera su crecimiento. En el aspecto religioso, me cuenta que su papá, Evangelista, siempre quería ir a la Iglesia el viernes santo, por lo que se iban a pie desde Ángeles hasta Lares. Respecto a la educación, abuelo obtuvo su primer grado en la Escuela de Las Piedras, cuyo edificio todavía queda en pie, y a donde he tenido el honor de llevarlo y escuchar de su boca anécdotas de aquel tiempo “denantes”. Luego continúa sus estudios en La Sabana hasta los 21 años, completando su tercer grado. Se casó con mi abuela, Eladia Molina Méndez, que en paz descanse, en el 1958, para lo que tuvo que tomar catequesis. De la tierra obtuvo el fruto para sustentarla a ella y a sus siete hijos. Me dijo: “yo vengo de siete hermanos y tuve siete hijos, se repite el siete”, que precisamente en la Sagrada Escritura tiene un simbolismo ligado a la perfección. Recién casado, se fue a New Jersey, donde trabajaba con el “farmer” en construcción y recogiendo tomates, espárragos y berenjena. Resulta que abuela no se acostumbraba a la vida en Estados Unidos, por lo que decidieron venirse para Puerto Rico con su primer hijo, recién nacido. Llegados a Borinquen compró una casa en el terreno donde finalmente criaría a sus hijos y donde todavía vive. 

Trabajar la agricultura representa para él una parte esencial de su vida. Tanto así, que todavía hoy se lamenta de no poder ir para la finca. Recuerdo que, cuando trabajaba con él de adolescente, recogiendo chayotes y calabazas, justo al mediodía, decía que a esa hora era que a él le gustaba trabajar. Mi abuelo querido una vez hizo una tala con un amigo suyo en la que cortaron 900 quintales de calabazas. Por todo esto y más, he aprendido de mi abuelo el valor del trabajo honesto, esmerado y sacrificado. Tenía tan solo 9 años cuando sembré, bajo su supervisión, una lata de salchicha con semilla de cilantrillo. Obtuve $80 dólares, que para mí representaron un millón de dólares. Estoy convencido de que, en esta pequeña siembra pueril, se encuentra parte de la raíz de mi llamado a sembrar la semilla del Reino en el corazón del pueblo de Dios. Sépase que, a la primera Parroquia que me enviaron como sacerdote, fue precisamente a la del poblado de Ángeles, donde abuelo nació. Allí, en nuestra Señora de los Ángeles, nací al sacerdocio y comencé a dar mis primeros pasos en el ministerio. 

Abuelo terminó de hablar dándole un consejo a los jóvenes: “que se porten bien, que traten de trabajar y que sigan el camino de Dios”, al decir esto último, se le aguaron los ojos. 

El padre espiritual es el P. Carmelo Urarte Aberasturi, quien nació el 16 de julio de 1935, en la provincia de Álaba, España, y fue bautizado el 18 de julio. En su familia fueron 5 hermanos. Entró a los Agustinos Recoletos en el 1947, con tan sólo 12 años. Se ordenó sacerdote el 19 de julio de 1959, a los 24 años de edad, eligiendo como lema de ordenación el siguiente texto: “entraré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud” (Salmo 43,4). Sus destinos de servicio como Agustino Recoleto fueron Guatemala (1960-1961), El Salvador (1962-1966), Panamá (1966-1970) y República Dominicana (1970-1974). Llega a la Diócesis de Arecibo en septiembre del 1974, siendo recibido por el Obispo Mons. Miguel Rodríguez. En el año 1980 se incardina en nuestra Diócesis, formando parte de nuestro Clero diocesano. En nuestra Isla ha servido en las siguiente Parroquias: San Rafael Arcángel de Quebradillas (1974), Sagrada Familia de Corozal (1974-1975), San Rafael Arcángel de Quebradillas (1975-1976), Ntra. Sra. De Fátima de Sabana Hoyos (1976-1977), Perpetuo Socorro de Vega Baja (1977-1978), San Martín de Porres de Vega Baja (1978-1982), San Rafael Arcángel de Quebradillas (1982-1992), Catedral San Felipe Apóstol de Arecibo (1992-1993), San Martín de Porres de Arecibo (1993-1997), Sagrado Corazón de Jesús de Quebradillas (1997-2019), San Rafael Arcángel de Quebradillas (2019-2022). En todo este trayecto Dios ha querido que esté en Quebradillas la mayor parte del tiempo. En Quebradillas ha construido las facilidades de lo que es hoy nuestro Santuario Diocesano Virgen del Perpetuo Socorro. En la Parroquia San Rafael Arcángel ha estado en cuatro ocasiones y es, donde ahora, me honro de tenerlo como mi Vicario Parroquial. 

El P. Carmelo afirma que lo que le ha llevado a continuar adelante es “la misma compañía de los sacerdotes que también dejaron la congregación. Fue un apoyo para perseverar”.  A los sacerdotes nos exhorta a “apoyarnos en nuestros compañeros”. Por otro lado, da testimonio sobre cómo siempre ha encontrado ángeles en el camino para ayudar, para apoyar en el ministerio. Concluye diciendo: “yo siempre he trabajado por la Iglesia y para la Iglesia. Esto no es mío”.   

En las vidas de estos dos hombres descubrimos una admirable providencia. P. Carmelo se ordena sacerdote el mismo día en que abuelo nació, el 19 de julio. Además, P. Carmelo nace el 16 de julio de 1935 y abuelo lo hará tan sólo tres días después. Asimismo, P. Carmelo nace a la vida de la gracia por el bautismo el 18 de julio y abuelo nacerá a la vida natural el 19 de julio. Si Dios me lo permite, pronto llevaré a P. Carmelo a casa de mi abuelo para que se conozcan y puedan charlar sobre éstas y otras coincidencias. 

Por último, para mí es una alegría y una honra poder dedicarle estas letras a abuelo Luis y a P. Carmelo. Ambos representan para mí un signo evidente del amor entrañable de Dios que se hace providencia en nuestro peregrinar terreno. Hoy mi petición se eleva a Dios pidiéndole que los bendiga y los fortalezca para nosotros poder continuar nutriéndonos de su sabiduría. “Hijos míos, escuchad los consejos de vuestro padre, ponedlos en práctica y os salvaréis” (Eclesiástico 3,1). 

P. Gabriel Alonso Sánchez

Para El Visitante

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